sábado, 21 de septiembre de 2013

James Redneck y el sexo opuesto (y IIIc). Encuentro dramático con Jane Wright. Segundo acto (Acción e inconclusión)



James, todo está dicho. Ahora es el momento de tomar la iniciativa. Ya no valen las excusas. Ahora no puedes esconder la cabeza como un avestruz. Tu vida pasa debajo de la tierra. Eres como una lombriz, sombría y húmeda, siempre ciega. Reptando y cavando más y más profundo. Huyes y no sabes a dónde. Pero ahora se te exige acción. Sal de la tierra y saluda al sol.

Tu cerebro reptil controla todos tus impulsos. Todo tu sistema nervioso se ha puesto alerta con una única misión: el apareamiento más salvaje y primario que pueda existir. Tú, James, como macho de la especie; ella, Jane, como la hembra receptora. Todo primario y animal. Excesivamente primigenio. Un coito insustancial e intrascendente, como toda tu vida, James. Empieza la acción.

El sudor resbala por la frente de James. Sus mejillas se han ruborizado. Todo su rostro tiene un aspecto porcino. Su respiración es fuerte y profunda, cada vez más rápida y contundente. Con un gesto lento se levanta de su silla. Abandona su cómoda posición dominante. En estos instantes, la visión de la vena palpitante de Jane Wright ha convertido a James en un simple pene erecto y de tamaño ridículo a punto de explotar.

Jane se siente observada. Su mirada irritada ha desaparecido y ha puesto los ojos en blanco. Con un gesto impersonal se desabrocha la chaqueta y se deshace de su camisa. Surge un tímido sujetador de encaje blanco impoluto. Aquella prenda tan íntima nunca había visto la luz. Deja resbalar su falda por sus piernas hasta que sus medias reposan a la altura de los tobillos.

James sale de su escondrijo detrás de la mesa de despacho repleta de papelajos, facturas y libros. Se quita su chaqueta de lana y la coloca cuidadosamente sobre el respaldo de su silla. Se saca la camisa de los pantalones y se desabrocha los primeros botones del cuello. Se la quita como si fuese una camiseta. Con mucha torpeza. Es un gesto poco natural en James. Cuando James se sitúa a la altura de Jane se baja los pantalones y la ropa interior en un mismo gesto dejando al descubierto su pene erecto. Con un gesto impulsivo se pone a cuatro patas en el suelo del despacho. Empieza a rondar a una Jane demasiado excitada como para oponerse. Se acerca a las esquinas y a las cajas tiradas por la estancia. Levanta una pierna y marca con un reguero de orina un pequeño espacio circular en torno a su secretaria.

Jane imita a su amo y señor y  también se pone a cuatro patas en el suelo, pero quieta, inmóvil. Sus ojos permanecen en blanco mientras empieza a emitir pequeños gemidos apenas imperceptibles de placer. El sudor recorre su columna vertebral hasta perderse en sus enormes bragas beige. Siente cada vez más cercano el aliento de James rondando a su alrededor. Su cabeza se retuerce de placer. Sólo espera el momento adecuado. Sólo quiere que su macho se abalance sobre ella con fuerza y le penetré de una vez, profundamente, decidido y seguro, hasta el fondo. Jane se recuesta boca abajo sobre el suelo y levanta su culo anoréxico ofreciéndoselo a James. Con sus manos se retuerce sus pequeños pechos pellizcándose los pezones.

James se acerca gateando al escuálido trasero de Jane. Empieza a olisquear como un perro en torno al consumido culo mientras salen horripilantes chasquidos de placer de su boca. Un hilillo de saliva empieza a manchar la moqueta del despacho. James está descontrolado, no puede absolutamente más.

Haciendo un último esfuerzo, James sujetó su enorme y blanda barriga y se alzó sobre sus rodillas. Colocó su prominente abdomen sobre las caderas ofertadas por Jane. Incrustó su pequeño pene entre las dos nalgas de la secretaria y, con un grito apagado y ronco, lo deslizó arriba y abajo un par de veces. Un estertor de placer se escapó de un jadeante James mientras eyaculaba unas gotas translúcidas sobre la húmeda piel de la espalda de Jane. Todo había acabado en un respiro.

James se apartó de Jane y se dejó caer sobre la moqueta del despacho. La mujer, aturdida, dibujó en su cara una muesca de sorpresa. “¿Eso era todo?”. Ni siquiera la había penetrado. Sólo había restregado su informe miembro por su culo y todo había acabado de repente. No había saludado y ya se despedía. Jane se arrojó con desilusión al lado del cuerpo sudoroso y sonrojado de James. Parecía una morsa descansando al sol. Jane pasó una mano por el orondo pecho de James. Él apartó la mano alegando su sofoco. Jane preguntó:

JANES WRIGHT: ¿Te ha gustado, cariño?

JAMES REDNECK: No ha estado mal (desvía su mirada hacia otro lado, avergonzado pero satisfecho. En su mente bailaba en una oscura bacanal el recuerdo borroso de la secretaria de Frank Meadows… y de su mujer Ruth Coiffeur… y del propio señor alcalde)

Luis Pérez Armiño

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