James,
todo está dicho. Ahora es el momento de tomar la iniciativa. Ya no
valen las excusas. Ahora no puedes esconder la cabeza como un avestruz. Tu vida
pasa debajo de la tierra.
Eres como una lombriz, sombría y húmeda, siempre ciega.
Reptando y cavando más y más profundo. Huyes y no sabes a dónde. Pero ahora se
te exige acción. Sal de la tierra y saluda al sol.
Tu
cerebro reptil controla todos tus impulsos. Todo tu sistema nervioso se ha
puesto alerta con una única misión: el apareamiento más salvaje y primario que
pueda existir. Tú, James, como macho de la especie; ella, Jane, como la hembra
receptora. Todo primario y animal. Excesivamente primigenio. Un coito
insustancial e intrascendente, como toda tu vida, James. Empieza la acción.
El
sudor resbala por la frente de James. Sus mejillas se han ruborizado. Todo su
rostro tiene un aspecto porcino. Su respiración es fuerte y profunda, cada vez
más rápida y contundente. Con un gesto lento se levanta de su silla. Abandona
su cómoda posición dominante. En estos instantes, la visión de la vena
palpitante de Jane Wright ha convertido a James en un simple pene erecto y de
tamaño ridículo a punto de explotar.
Jane
se siente observada. Su mirada irritada ha desaparecido y ha puesto los ojos en
blanco. Con un gesto impersonal se desabrocha la chaqueta y se deshace de su
camisa. Surge un tímido sujetador de encaje blanco impoluto. Aquella prenda tan
íntima nunca había visto la
luz. Deja resbalar su falda por sus piernas hasta que sus
medias reposan a la altura de los tobillos.
James
sale de su escondrijo detrás de la mesa de despacho repleta de papelajos,
facturas y libros. Se quita su chaqueta de lana y la coloca cuidadosamente
sobre el respaldo de su silla. Se saca la camisa de los pantalones y se
desabrocha los primeros botones del cuello. Se la quita como si fuese una
camiseta. Con mucha torpeza. Es un gesto poco natural en James. Cuando James se
sitúa a la altura de Jane se baja los pantalones y la ropa interior en un mismo
gesto dejando al descubierto su pene erecto. Con un gesto impulsivo se pone a
cuatro patas en el suelo del despacho. Empieza a rondar a una Jane demasiado
excitada como para oponerse. Se acerca a las esquinas y a las cajas tiradas por
la estancia. Levanta
una pierna y marca con un reguero de orina un pequeño espacio circular en torno
a su secretaria.
Jane
imita a su amo y señor y también se pone
a cuatro patas en el suelo, pero quieta, inmóvil. Sus ojos permanecen en blanco
mientras empieza a emitir pequeños gemidos apenas imperceptibles de placer. El
sudor recorre su columna vertebral hasta perderse en sus enormes bragas beige.
Siente cada vez más cercano el aliento de James rondando a su alrededor. Su
cabeza se retuerce de placer. Sólo espera el momento adecuado. Sólo quiere que
su macho se abalance sobre ella con fuerza y le penetré de una vez,
profundamente, decidido y seguro, hasta el fondo. Jane se recuesta boca abajo
sobre el suelo y levanta su culo anoréxico ofreciéndoselo a James. Con sus
manos se retuerce sus pequeños pechos pellizcándose los pezones.
James
se acerca gateando al escuálido trasero de Jane. Empieza a olisquear como un
perro en torno al consumido culo mientras salen horripilantes chasquidos de
placer de su boca. Un hilillo de saliva empieza a manchar la moqueta del
despacho. James está descontrolado, no puede absolutamente más.
Haciendo
un último esfuerzo, James sujetó su enorme y blanda barriga y se alzó sobre sus
rodillas. Colocó su prominente abdomen sobre las caderas ofertadas por Jane.
Incrustó su pequeño pene entre las dos nalgas de la secretaria y, con un grito
apagado y ronco, lo deslizó arriba y abajo un par de veces. Un estertor de
placer se escapó de un jadeante James mientras eyaculaba unas gotas
translúcidas sobre la húmeda piel de la espalda de Jane. Todo había acabado en
un respiro.
James
se apartó de Jane y se dejó caer sobre la moqueta del despacho. La mujer,
aturdida, dibujó en su cara una muesca de sorpresa. “¿Eso era todo?”. Ni siquiera
la había penetrado. Sólo había restregado su informe miembro por su culo y todo
había acabado de repente. No había saludado y ya se despedía. Jane se arrojó
con desilusión al lado del cuerpo sudoroso y sonrojado de James. Parecía una
morsa descansando al sol. Jane pasó una mano por el orondo pecho de James. Él
apartó la mano alegando su sofoco. Jane preguntó:
JANES
WRIGHT: ¿Te ha gustado, cariño?
JAMES
REDNECK: No ha estado mal (desvía su mirada hacia otro lado, avergonzado pero
satisfecho. En su mente bailaba en una oscura bacanal el recuerdo borroso de la
secretaria de Frank Meadows… y de su mujer Ruth Coiffeur… y del propio señor
alcalde)
Luis Pérez Armiño
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