miércoles, 11 de septiembre de 2013

Si me buscas me hallarás...

Embriagado por unas notas musicales de origen incierto que armoniosamente fluían con hechizo y maestría al ser entonadas, comenzó a andar un indiscreto montaraz. Poseído por el afán fisgón, acometió aquel camino pedregoso, sin embargo, esclavo de aquel sonido, a él más le parecía una cómoda senda que invitaba a ser recorrida con celeridad. Se imaginaba paso a paso que le depararía al final del recorrido, cual sería origen de aquellas cálidas notas que le susurraban amor y belleza, calma y paz.
Cuanto más dificultoso se hacía el trayecto más avivaba el paso, impaciente por alcanzar una meta que no se hacía visible y que atormentaba su curiosidad. En su mente se aparecía la imagen de una majestuosa dama de curvas perfectas, cabellos dorados y ojos azules como el horizonte celestial. Una dama que suplicaba con su canto un poco de amor, amor que él estaba dispuesto a dar. Así, engañándose, iba poniendo busto y cara a la melodía, olvidando la dificultad del trayecto que comenzaba a incidir en su bienestar.
La abrupta orografía había desgarrado sus vestidos y arañado su piel, pero lejos de sentir intención alguna de abandonar, daba rienda suelta a su majadería con temeraria valentía y un pundonor que tocaba lo cruel ¿Qué hay en este mundo más importante que la belleza? -Yo soy un poeta -se repetía sin haber trazado una rima en su vida- yo me alimento de sentimientos y pasión- Y así, con esta firmeza seguía torturando su magullado cuerpo. Pensaba como fundir su “propio arte” con el de la hermosa mujer que ya existía en su mente.
Quiso la diosa Ocasión ser justa con el pobre curioso, quizás conmovida por el titánico esfuerzo realizado y la escasa recompensa que iba a obtener. Le permitió observar el origen de aquellos sonidos que le habían enloquecido, antes de resbalar y desandar todo el costoso camino, ahora convertido en un mortal y veloz despeñadero. Así halló su martirio, pues es sabido, que nunca es bueno abusar de la curiosidad.
          Al que quede con duda que con un muerto sirva, le evitaré hacer el camino con atajos y antes de tiempo. Tan dulces sonidos procedían de tres siniestras mujeres, pálidas y demacradas. La perfecta conjunción de la rueca y el huso que dos de ellas manejaban creaban un sonido celestial, seductor y mágico. El único sonido discordante es el que corresponde a la nota final de la melodía. Esta nota está provocada por el sonido de unas tijeras que utilizó la tercera mujer para cortar un hilo.
La melodía de la vida hay que escucharla disfrutándola con calma y paciencia. El intentar adelantarse al final lo que único que provoca es que perdamos el magnífico estribillo de existir.

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