Occidente peca de muchos defectos y excesivos vicios. Uno de ellos
es, sin duda, su interés insano por todo lo referido al pasado. No
existe ninguna otra civilización que muestre empeño tan enfermizo por
los hechos del pasado haciendo oídos sordos de aquella afirmación, tan
evidente como cierta, que dice que agua pasada no mueve molino.
La
arquitectura puede suponerse como la simple apropiación del espacio. En
unos casos algunos entienden la arquitectura como arte mientras que
otros prefieren decantarse por su vertiente más técnica. En cualquier
caso, la arquitectura ha sido una constante evolutiva desde tiempos
pretéritos. Desde el punto de vista antropológico, la arquitectura ha
adoptado las más variadas formas, desde las más elementales a las más
complejas, siempre relacionadas con una necesidad básica y primaria de
la especie humana: su protección.
A partir de esta premisa, y de acuerdo
a una línea evolutiva que no progresiva, la arquitectura se ha
diversificado y se ha complicado técnicamente hasta los desarrollos
actuales.
Hoy en día la arquitectura se muestra como una
disciplina de gran complejidad que esconde multitud de lecturas:
cultural, técnica, ecológica, etc. Tantas como el lector sea capaz de
descubrir.
El paradigma ilustrado impuso la
categorización necesaria de los fenómenos de la naturaleza como vía
imprescindible para su estudio y comprensión. El posterior positivismo
decimonónico, heredero de las luces del XVIII, adoptó una estrategia
similar. A este respecto, es necesario insistir en las implicaciones de
las tipologías y clasificaciones. En tiempos pasados, anteriores a la
razón, la cuestión científica se decantaba por las curiosidades y las
singularidades del Universo. Sin embargo, la razón impuso una nueva
forma de concebir el mundo, categorizándolo en compartimentos estancos
para mejorar su entendimiento. Surgían así las tipologías e, incluso, la
estadística como la rama de la matemática cuya única verdad absoluta es
la existencia de un error.
Las tipologías han invadido
cualquier aspecto de nuestra rutinaria vida. Desde los aspectos más
generales de nuestra existencia a los más nimios e insignificantes.
Todos clasificamos nuestra realidad de acuerdo a una serie de categorías
preestablecidas.
Y así, por ejemplo, si nos referimos a
la arquitectura, encontramos diferentes tipologías: arquitectura
militar, religiosa, civil, y un largo etcétera de diferentes
clasificaciones. Estas tipologías se imponen en determinados momentos.
Por ejemplo, en los siglos altomedievales el castillo es la construcción
más representativa de un poder feudal basado en la tierra; los
posteriores acontecimientos determinaron una evolución social que
provocó que una nueva tipología adquiriese el protagonismo que antes
tuvo el castillo. En las ciudades, primero en las italianas y en las
flamencas, se impuso el palacio señorial como contrapunto al castillo.
Surgía así una tipología arquitectónica que representaba un nuevo
sentimiento social entroncado con el auge urbano, con una nueva estirpe nobiliaria y con nuevas formas de poder más acordes con nuestro tiempo.
Luis Pérez Armiño