Hay dos opciones básicas:
La primera, un relato
edulcorado sobre alguno de los grandes momentos sublimes de la especie
humana. Qué sé yo... Una historia en torno a un cuadro o cualquier otra
creación artística. Es asunto sencillo que empieza con una descripción
de lo contemplado: de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo; o al
revés, qué importa. El resultado es un texto, más o menos ameno, que al
final no cuenta nada y solo proporciona un entretenimiento pasajero.
Entretenimiento que no significa deleite. Algunos relatos, los pocos,
esconden momentos llenos de asombro, de gozo y disfrute. En otras
ocasiones, pueden suscitar un horroroso deseo de acribillar a balazos al
escritor. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, el resultado se
resume en un bostezo anodino.
La segunda opción, más
placentera para quien se cree con el derecho de escribir, necesita de un
objeto de odio y rencor. Elegimos un objetivo y descargamos sobre él o
ella todas nuestras frustraciones y nuestro dolor. En este caso, la
opinión del lector es indiferente. Lo único que importa es soltar lastre
mental.
En general, la primera opción se podría
calificar como amable, de buenas intenciones y mejores deseos. La
segunda, por su parte, implica un descenso acelerado al infierno por el
deseo de venganza. El motivo de esa primera opción no es otro que la
genialidad humana; la causa de la segunda, es una cualidad tan humana y
tan universal como es la estupidez humana.
La segunda
opción es venganza anónima pero de autor conocido. Su objetivo se suele
perder en eufemismos. No se trata ya del recurrente miedo a cualquier
tipo de acción legal. Más bien es una cuestión de tratar de disimular,
de mala manera, toda esa violencia verbal bajo la apariencia de una
supuesta inteligencia que no es ni supuesta ni inteligente. Mera
sucesión de frases penosamente resueltas que pretenden convertirse en un
ameno divertimento sin repercusión mínima. Si es que tiene alguna. Pero
así es el espíritu humano. Cuando el hombre, o la mujer, sufre, busca
resarcirse de las formas más simples y, ante todo, cobardes. Y nada
mejor que hacerlo mediante un texto que quedará perdido en la nube, que
escode mucho de frustraciones y bastante de sueños que nunca llegarán a
buen puerto.
No por mucho insistir las verdades son más verdades, o las verdades
se convierten en mentira... O las mentiras se convierten en verdades.
Así sí.
Y hay una circunstancia que es verdad
irrefutable. Un axioma de gran simpleza pero en el que encuentra acomodo
todas las certezas del mundo. Pienso que es necesario insistir una y
otra vez sobre la misma idea. Grabarla a fuego y hierro en los cerebros y
convertir una simple cuestión de observación lógica e inteligencia
objetiva en un mantra que deberíamos repetirnos cinco, diez, mil veces,
nada más levantarnos y saludar así al sol.
En mi cabeza ronda con insistencia las teorías sobre la estupidez
humana de Cipolla. De hecho, creo que no es la primera vez que me
detengo en el asunto. Por favor, cualquier persona que desee comprender a
fondo la profundidad del pensamiento y las reflexiones del historiador
que acuda a su obra. Ligera y cómoda, de fácil lectura y fácilmente
comprensible. Al fin y al cabo escribe de algo tan sumamente universal
como la estupidez humana. A ello se le suma el crucial papel de las
especies en la erótica medieval tras los fastos funerarios de la Peste
Negra y tenemos una obra completa de obligada lectura en los ámbitos
académicos y que debería convertirse en nuestro libro de cabecera. En
definitiva, la estupidez humana se concreta en aquellas personas que
realizan acciones malvadas contra otros aún a costa de su propio
malestar.
Pues, bien, la estupidez puede adoptar
multitud de caras. Una de ellas se asoma con falsa modestia y engaña con
sonrisas lisonjeras y una bobería que esconde una infinita estupidez,
falsa y anodina, cuya única bandera es la inutilidad completa de su
existencia. Lo que debería convertirse en útil experiencia no es más un
recorrido insulso y sin sentido. Sin meta final ni un objetivo vital.
Cuando toda tu vida la dedicas a hacer reverencias, una tras otra, sin
distinguir a quién, la espalda adquiere una curvatura natural. Es
mentiroso, un ser egoísta y desagradecido, que siempre apuesta por las
causas injustas y la cercanía del poderoso.
Tantas y
tantas historias. Serían interminables y cansinas. Mejor no insistir en
el carácter mezquino y miserable de este ser cuya única razón de ser es
hundir al prójimo solo para conseguir la palmada en la espalda de los
poderosos y los supuestos grandes hombres.
Por eso, te lo dedico, grandísima hija de la gran puta. Qué a gusto me he quedado.
Luis Pérez Armiño
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