James
es hombre acomodado. Su biorritmo no puede sacudirse como un muñeco de trapo
sin sufrir las consecuencias. Por eso, desde hace años, sus ciclos vitales se
ordenan con puntualidad británica y se rigen por un escrupuloso sistema de
preferencias que sitúa en la cima de su pirámide de valores al propio Sr.
Redneck. Invariablemente, James se va de vacaciones todos los días uno de julio
de cada año: llueva, haga sol, nieve o su mundo se vea sacudido por un
terremoto. Da igual, sólo concibe el primer día de julio como la fecha señalada
para el comienzo de las vacaciones.
Fuera
de su despacho la humedad todavía se resiste a abandonar la ciudad. El olor de
después de la lluvia, esa especie de aroma fresco de hierba cortada, se bate en
desordenada retirada ante el imparable hedor característico de Pooltron City.
James deja su libro y se recuesta satisfecho sobre el respaldo de su sillón.
Está contento y saciado. El recuerdo de la voluptuosa secretaria de Frank
Meadows se perdió en el escuálido culo de su propia ayudante, la señorita Jane
Wright; y el mono de oximetazolina ha dejado paso a un
letargo somnífero propio de sus cuelgues más profundos. James está
irremediablemente drogado. Sus ojos se cierran, sus párpados caen como losas y
las imágenes psicodélicas de apariencia irreal inundan su viscoso cerebro.
James,
hombre de costumbres.
El
techo amarillento de su despacho se transforma en un azul resplandeciente. La confortable
silla de oficina adquiere la dura consistencia de una playa interminable de
relucientes cantos rodados. El cuerpo de James se acomoda a las irregularidades
del terreno.
La
gruesa capa de grasa que le protege en las largas temporadas de invierno
permite que la piel de James se amolde a la perfección a los cantos de la playa. Su rostro
satisfecho se retuerce en una mueca de molestia, sus ojos se cierran con fuerza
impidiendo la llegada de los rayos del sol. James es como una gorda y
formidable morsa que se tuesta al sol, vuelta y vuelta. Cuando el sol empieza a
picar sobre la cerúlea y moteada piel de la espalda, James se da la vuelta y
ofrece al sol su prominente barriga. Así transcurren las horas, desde la mañana
a la noche, todos los días, uno detrás de otro…
No
come, no bebe… sólo dormita sumido en un asfixiante letargo vacacional.
En
su mente no se sucede ningún tipo de pensamiento. El metabolismo de James
adquiere una consistencia vegetativa que mantiene unas mínimas constantes
vitales que aseguren su supervivencia (la naturaleza es sumamente cruel,
permite la existencia de todo tipo de seres inmundos y bajos, por poca que sea
su aportación al orden cósmico). El flujo sanguíneo se espesa y el ritmo
cardiaco se reduce. La respiración es testimonio de un suspiro silencioso y
callado. La piel pierde todo atisbo de vida y su habitual tono blanquecino
adquiere un matiz brillante y repulsivo. Es el sudor que emana de sus poros
para tratar de mantener aquella mole informe de sebo frente al calor del
verano.
James
también necesita vacaciones. Dejadle descansar al menos una semana.
Luis Pérez Armiño
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