sábado, 2 de agosto de 2014

Ensayos tipológicos (2 de 3)

En el transcurrir histórico, y al amparo de nuestra actual modernidad, nuevas y sorprendentes tipologías arquitectónicas se han sucedido. Dependiendo de la fuente consultada y de la especialidad académica del autor, surgirán multitud de propuestas que tratan de establecer una tipología que defina la arquitectura del siglo XX, todas válidas. De especial interés me parece aquella que insiste en considerar al museo, como hecho arquitectónico que encierra todo un complejo entramado cultural y social entre sus muros, el edificio que define al siglo XX. Y me llama la atención por tratarse de una arquitectura que, pese a lo que pretenden las buenas intenciones de sus gestores, está empeñada en resguardarse en un pasado que le protege de las convulsiones del presente.

Después de la destrucción generalizada de la Segunda Guerra Mundial, cierta intelectualidad hizo de la necesidad virtud y comprendió el enorme potencial regenerador que podría surgir de un proceso tan destructor y apocalíptico como la última contienda mundial. Todo el viejo continente había sido arrasado de la noche a la mañana. Dos mil años de historia perecieron bajo toneladas de bombas en una demostración impúdica de los prodigios de la moderna industria bélica.

El panorama, desolador, ofrecía un campo yermo sobre el que ensayar modernas teorías que deberían reconstruir un mundo nuevo donde las recientes atrocidades bélicas no tuvieran sentido. Por otra parte, la enorme destrucción causada al patrimonio cultural europeo hizo notar la necesidad de articular todo tipo de medidas, teóricas y prácticas, que asegurasen la salvaguardia del patrimonio histórico de la humanidad. Es el momento de las grandes recomendaciones y los discursos llenos de loables declaraciones que abogaban por un futuro de paz y prosperidad (no es necesario insistir en lo inútil de todos aquellos propósitos). En este ambiente, la comunidad museística, adoptando como base todo el corpus desarrollado durante dos siglos de experiencias y ensayos, decidió replantear una moderna museología que reorientase, incluso, la razón de ser de tan venerables instituciones.

Entonces se escriben multitud de tratados y propuestas teóricas que tratan de convertir el museo en un ente dinámico y educador, capaz de transformar la propia sociedad a la que sirve mediante el disfrute estético y didáctico de lo patrimonial. Se suceden las teorías y contra – teorías, los ensayos y, cómo no, los errores. Se abogaba por un centro museístico que no fuese solo un centro de documentación o un simple almacén de viejos tesoros. Se llegó a proponer, incluso, un museo que fuera de sus muros fuese capaz de imbricarse con su propio territorio envolviendo a la población en una tarea llamada a generar una alta cultura que fomentase el entendimiento y la paz entre los pueblos del mundo… Lejos quedaron aquellos bellos propósitos que tuvieron como único final engrosar sesudas y complicadas teorías y discusiones en torno a la museología y los museos.

Mientras, la arquitectura decidió hacer suyo el museo y lo convirtió en tipología autónoma y propia que, poco a poco, fue creciendo hasta desbordar, al final, a la propia arquitectura. Obras faraónicas y majestuosas, muchas veces incomprendidas y la mayoría de las ocasiones incomprensibles, que se asentaban orgullosas en medio de viejas ciudades con pretensión de nuevos ricos. No fueron extraños los casos en que los museos se convirtieron en presuntuosas cajas que imponían un profundo respeto. Los museos volvieron a ser templos sagrados, esta vez dedicados a nuevos dioses, que muchos preferían no profanar.

El museo se pretendía amo y señor del siglo XX.

Luis Pérez Armiño

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