domingo, 24 de noviembre de 2013

Jane Wright vs. Mary Hem. Razón, pasión y sentimiento (IV)



Una campanilla se abría paso a través del cargado ambiente de la SDC con un sonido agudo y repetitivo. Nadie pareció darse por aludido y el bullicio de una masa enardecida y embrutecida no disminuyó. La campana sonó con insistencia tratando de encontrar el auditorio adecuado; o, al menos, silencioso. Tarea inútil y poco fructífera. Sólo algunos se percataron de un extraño sonido que reclamaba su atención. Finalmente, el encargado de la campana (en adelante, el campanero) se levantó con ímpetu de su asiento de madera y lanzó un terrible alarido lleno de furia que desgarró la estancia.
-¡¡¡¡Atencióóónnnnnn!!!!
El silencio reinó en la SDC al instante. Todo el público dirigió una mirada unísona y común, llena de terror y con cierto matiz de expectación, hacia el campanero.
James aprovechó el desconcierto para abandonar el cuadrilátero y ocupar su trono en la SDC. La oscuridad inundó la estancia. Un foco de luz se dirigió contra una puerta en la que asomaron dos siluetas. La de la izquierda, enorme y contundente; la de la derecha delgada como una espiga. Cubrían sus rostros con una capucha. Una extraña música épica surgió de la nada, de algún lugar extraño y desconocido. De forma acompasada, con un ritmo vigoroso y pegadizo, las dos contendientes se dirigieron hacia el ring en brazos de los jaleos y los abucheos del público. A simple vista, una mera estimación estadística permitiría ofrecer al observador externo un reparto equitativo de las simpatías y los odios engendrados entre los espectadores. No existía una delimitación física exacta entre las diferentes hinchadas. De hecho, los espectadores apenas podría precisar con seguridad quién o quiénes lucharían en la SDC.
Después de un apoteósico paseíllo repleto de vítores e improperios entremezclados y confusamente revueltos, las dos luchadoras ocuparon sus respectivas esquinas mientras daban pequeños y ridículos saltitos y lanzaban sus puños contra enemigos tan volátiles como imaginarios.
Un micrófono plateado apreció desde el techo envuelto en nubarrones alumbrados por sospechosos relámpagos. Otro de los grandes misterios de la SDC. ¿De dónde coño salía la pegadiza y heroica música, el dichoso y cegador foco de luz, y ese micrófono que parecía descender desde un cielo lejano y nebuloso? Sin embargo, el misterio más alucinante, la cuestión que más enardecía el interés y la curiosidad del público, fieles trabajadores de Public Felt Paper Co., era de dónde salía aquel juez, engominado y luciendo sus mejores galas, que se hacía dueño y señor para presentar el combate y, a la vez, convertirse en árbitro y amo de la disputa. Algunos aventuraban los más variados rumores; de todos ellos, el más aclamado afirmaba que existía un vórtice multidimensional que gravitaba en el extraño entorno de la SDC.
Las dos fieras luchadoras se despojaron de sus respectivas batas dejando al descubierto sus cuerpos tan dispares. Inmediatamente, la música cesó y el árbitro, auténtico maestro del micrófono, presentó a las dos gladiadoras.
-Con calzón rojo, con un peso cercano al centenar de quilos, si es que no los supera, la campeona de los intrincados números y los cálculos imposibles, la señora... ¡¡¡Mary Hem!!!!
Una parte del público hinchó sus gargantas y arrojaron sobre el cuadrilátero un alarido de entusiasmo y de apoyo. La responsable de contabilidad saludó a sus fieles mientras ignoraba el torrente de insultos que llegaba desde distintos puntos de la sala. El presentador continuó, mientras tanto, su peculiar speech.
-Con calzón negro y un peso imperceptible, tan nimio e insignificante que se pierde en el mismo aire, la guerrera sin piedad, la defensora de la ortodoxia más ortodoxa, el paladín de los principios puros de la cartonología y fiel servidora de nuestro guía y mentor, don James…, la señorita... ¡¡¡Jane Wright!!!!
La ovación, pudorosa y con claro sabor venenoso, impregnada de falsas alabanzas, inundó la SDC. La señorita Jane saltó al centro del cuadrilátero y dedicó saludos a sus seguidores mientras dirigía sus miradas inyectadas de odio hacia aquellos que se atrevían a increparla.
El árbitro dejó a un lado el micrófono que volvió, como vino, a su particular nada. Llamó al centro del ring a las dos contendientes. Agarró los puños de las dos mujeres y los sujetó de forma decidido. Entre dientes, mirando a una y a otra alternativamente, sonrió y añadió entre dientes: "Sin reglas". Se retiró del cuadrilátero del que desapareció. La campana sonó de nuevo y la lucha comenzó.
James miraba con atención el espectáculo. Una sonrisa maliciosa dejaba a la vista parte de su dentadura amarillenta. Sus ojos brillaban de forma indescriptible. Se podría leer en su gesto cierto aire de satisfacción bobalicona. La vista de aquellas dos mujeres sudorosas y ensangrentadas luchando a de forma encarnizada excitó de forma descontrolada a James.

Luis Pérez Armiño



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