domingo, 10 de noviembre de 2013

Jane Wright vs. Mary Hem. Razón, pasión y sentimiento (III)



Una bocina ensordece todos los espacios y habitáculos de la sede regional de Public Felt Paper Co. en Pooltron City. El gran amo ha convocado a todo el personal de la compañía. En un instante, envueltos en el estruendo de los altavoces, los pasillos de la delegación se convierten en un hervidero de trabajadores atribulados que se dirigen de forma atropellada hasta un sótano oscuro, maloliente y recóndito, especialmente habilitado y equipado: la Sala de los Combates Doctrinales y Demás Asuntos Nimios a Dirimir (conocida familiarmente entre los trabajadores como la SCD).

James Redneck tiene el honor de disponer del SCD más vapuleado de toda la compañía. En su lona se han dirimido todo tipo de cuestiones, desde las más elevadas y profundas reflexiones en torno a la cartonología y sus enseñazas, hasta los asuntos más intranscendentes y mundanos. Muchos de ellos meros ajustes de cuentas personales entre los trabajadores del centro. Peleas y combates que la dirección fomentaba. Una lógica sencilla y aplastantemente eficaz. James había impuesto un principio básico de gobierno en su delegación: si conseguía que los trabajadores y el personal subalterno se matasen entre ellos lograría que éstos, a su vez, olvidasen todo el rencor y el odio acumulado hacia James. Una versión mezquina y ruin de la guerra de los pobres en definitiva; pero implantada profundamente en la política laboral de James.

El espacio es húmedo. James cegó los sistemas de ventilación en la SCD. Todo contacto con el exterior era imposible. Nadie desde la calle podría percibir los alaridos de dolor y los gritos desesperados ahogados en el dolor. El moho invadía las paredes, mezclándose de forma desagradable con los restos de sangre coagulada, testigos mudos de antiguas batallas y contiendas que resuenan demasiado lejos en el tiempo. No existía una delimitación precisa entre zona de combate y espacio destinado al público. Todos los combates se solían cerrar con algún daño colateral imprevisto entre alguno de los espectadores demasiado confiado. En el centro, en un suelo hormigonado ligeramente cóncavo, un desagüe facilitaba la evacuación de líquidos, sangre oscura y espesa, sudor amarillento y lágrimas ácidas.

Toda la plantilla de Public Felt Paper Co. se arremolinó en torno al espacio de lucha. James, coronado y con su sucia capa, se situó en el centro de la sala reclamando la atención de su público en medio de vítores falseados.

–Escuchad todos. Hoy os regalo un nuevo combate. Me gustaría poder ofreceros algo de diversión en esta fría mañana. Los más afortunados, podréis disfrutar del cálido baño de la sangre del perdedor –algunas voces de protesta surgieron desde las filas más atrasadas del público.

–No os preocupéis los que os hayáis incorporado tarde. El espectáculo es para todos y cada uno de vosotros – James asentía satisfecho mientras recibía una nueva y más hipócrita aclamación.

Una ovación ensordecedora inundó el cálido y angosto espacio de la sala de combate. James, satisfecho, giraba sobre sí mismo con los brazos abiertos en señal de aprobación. Sonreía a todos y cada uno de los asistentes. La jauría deseaba carnaza y él era el único capaz de ofrecerla fresca, todavía palpitante. Todo el mundo, la vida y la muerte, giraba en torno a James. Una extraña fuerza gravitacional recorría su obesa figura reclamando todas las atenciones hacia su vil persona. Hizo con las manos un gesto solicitando el silencio de la masa enfervorizada. Continuó su discurso con su voz chirriante y obscena. Decidió presentar a los contendientes y enumerar las normas de lucha.

–Una vez que se entra en la Sala de los Combates Doctrinales y Demás Asuntos Nimios a Dirimir nada volverá a ser igual. Este es el centro sagrado que permite la resolución de disputas y controversias. Por eso, he decidido convocaros. Jane Wright –señaló a la escuálida secretaria- contra Mary Hem –reclamó la atención de la masa hacia la voluminosa responsable de contabilidad.

–Aunque todos conocemos las reglas, es mi deber, de acuerdo a los principios de la lucha honrada y justa, volver a recordarlas a los contendientes para que las tengan en cuenta y hagan uso de ellas durante el combate…

James enumeró una a una todas las normas absurdas y descabelladas que debían regir la lucha inútil. Cada mandamiento se acompañaba de los jaleos y los gritos entusiasmados y fanáticos de un público ansioso y sobreexcitado que necesitaba su ración de dolor ajeno. Los golpes bajos estaban permitidos, las verdades apriorísticas puntuaban más que las razones fundamentadas y, por supuesto, se permitía todo tipo de armas y de argumentos, fundamentados o simplemente infundados.

–¡Qué empiece el combate! –grazno James mientras se retiraba a su privilegiado trono para disfrutar de la lucha.


Luis Pérez Armiño



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