Desolación.
El ruido
ensordecedor, la jauría humana aullando, la masa de rostros crispados y ojos
desorbitados, injuriando miles de improperios y barbaridades crueles e
inhumanas, el jadeo sediento de la lucha sin fin… Todo son recuerdos. Un rumor
que languidece en el tiempo. La atestada sala de combate descansa en soledad.
Sólo una ligera neblina invade los rincones. El vaho de los cuerpos sudorosos y
apelotonados disfrutando de la
masacre. El ritual había tenido lugar con minuciosa
exactitud. La masa se había regocijado y disfrutado de las entrañas ajenas, se
había saciado de la nutritiva sangre de las víctimas perdedoras. Algunos rayos
de luz creaban espectrales destellos en los charcos, aún húmedos, de la sangre
oscura y espera que se derramó durante la ceremonia. Algún
resto informe e indescriptible huía por el desagüe con lenta y viscosa
cadencia.
En el centro
de la habitación
James podía distinguir un cuerpo inerte. Algunos ligeros
movimientos, espasmos involuntarios, denotaban los restos de una respiración
dificultosa y agobiante. Era una mole imponente, en posición fetal, derribada
sobre el frío y sucio suelo de hormigón. Con un ritmo regular y apagado, aquel
ser, humillado y derrotado, exhalaba escasos gemidos y suspiros sin sentido. Sobre
el cuerpo, sangre coagulada, restos de un sudor amarillento y seco, las
lágrimas amargas de una derrota. Los ojos cerrados y el rostro, ahora informa
tras la brutal paliza, clavado contra el suelo.
Había sido una
lucha fantástica a los ojos de los más entendidos y de los críticos más
experimentados y audaces. El combate se había prolongado durante interminables
horas que hicieron las delicias del público. Mary Hem resistió con habilidad y
entereza los brutales envites de una fanática Jane Wright. En determinadas
cuestiones, Jane no atendía a razones. Se convertía en una enorme máquina
apisonadora incapaz de distinguir entre el bien y el mal. Sin duda, el reciente
e insatisfactorio apareamiento sexual con James, su amo y señor, revolvió el
subconsciente de la
secretaria. Dicen los ocupantes de las primeras filas de la SDC que en sus ojos inyectados en sangre
sólo se distinguía odio y violencia. Incluso, se comentaba en los mentideros,
algunos aseguraban a ciencia cierta que Jane sospechaba de una posible relación
entre James y la contable; una relación que va más allá de lo puramente laboral
y se extiende cálidamente sobre el lecho hasta convertirse en carnal.
El Sr. Redneck
había sonreído durante toda la
lucha. Era la viva imagen de la satisfacción. Sus
pequeños y miopes ojillos dejaban entrever una excitación más disimulada. La
imagen de las dos mujeres sudorosas, revolcadas una encima de la otra,
destrozándose y acribillándose mutuamente, proporcionaba a James un placer
primario y animal. Fue incapaz de apartar la vista en ningún momento. Ni
siquiera cuando un certero golpe de Jane con una piedra convirtió el cráneo de
Mary es un escandaloso surtidor de sangre. Fue tal la potencia del impacto que
la sangre salpicó el rostro del Sr. Redneck para júbilo desbordado del público.
James se relamió los restos de sangre de la comisura de los labios.
Finalizada la
lucha, en la soledad de la derrota, James se abalanzó sobre el cuerpo inerte en
el suelo. Mary lucía toda su rotunda desnudez sobre el húmedo pavimento apenas
cubierta por unos cuantos harapos y jirones. Su cuerpo resplandecía bajo los
tímidos rayos de luz que lograban filtrarse a través de las ventanas cegadas.
La sangre se secaba sobre su piel formando una costra parda y sucia. Descansaba
sobre un gran y maloliente charco de orín. Nada importaba al insaciable James.
Nada le frenaba. Su excitación iba más allá de las repugnancias propias y
ajenas. Ese era el escenario adecuado para dar rienda suelta a su instinto
depredador y carroñero.
James intentó
cubrir con sus formas mórbidas el excesivo cuerpo de Mary. Se recostó
cuidadosamente sobre la contable apoyando su cabeza en la espalda magullada de la mujer. Con la mano
temblorosa y excitada empezó a acariciar su brazo buscando su mano, muerta y
flácida. Sintiendo el contacto con la sangre coagulada y el sudor opaco, James
empezó a besuquear el cuello de Mary mientras absorbía su olor rancio y su
sabor amargo, el de la agonía de la derrota. El cuerpo de Mary era incapaz de
responder a cualquier estímulo. Sus miembros bailaban al son de James, no
existía hueso que no estuviese roto o seriamente dañado. Su carne colgaba
malherida y se mostraba cada vez más insensible a las caricias del Sr. Redneck.
El Sr. Redneck
sacudió su cuerpo contra el de la moribunda. Apenas unos espasmos incontrolados que
llevaron a James a un estado de paroxismo total, de éxtasis orgiástico y de
satisfacción impúdica y aberrante. Con los ojos en blanco y la baba fluyendo
por su barbilla, se levantó del húmedo suelo y se alejó de aquel cuerpo informe
y moribundo. Mary apenas pudo esbozar una ligera sonrisa. Sus ojos perdieron
cualquier atisbo de brillo y se llenaron de oscuridad. Su piel se tiñó de gris
y el color de sus labios desapareció entre los regueros secos de sangre.
Luis Pérez Armiño
No hay comentarios:
Publicar un comentario