domingo, 1 de diciembre de 2013

La derrota



Desolación.
El ruido ensordecedor, la jauría humana aullando, la masa de rostros crispados y ojos desorbitados, injuriando miles de improperios y barbaridades crueles e inhumanas, el jadeo sediento de la lucha sin fin… Todo son recuerdos. Un rumor que languidece en el tiempo. La atestada sala de combate descansa en soledad. Sólo una ligera neblina invade los rincones. El vaho de los cuerpos sudorosos y apelotonados disfrutando de la masacre. El ritual había tenido lugar con minuciosa exactitud. La masa se había regocijado y disfrutado de las entrañas ajenas, se había saciado de la nutritiva sangre de las víctimas perdedoras. Algunos rayos de luz creaban espectrales destellos en los charcos, aún húmedos, de la sangre oscura y espera que se derramó durante la ceremonia. Algún resto informe e indescriptible huía por el desagüe con lenta y viscosa cadencia.
En el centro de la habitación James podía distinguir un cuerpo inerte. Algunos ligeros movimientos, espasmos involuntarios, denotaban los restos de una respiración dificultosa y agobiante. Era una mole imponente, en posición fetal, derribada sobre el frío y sucio suelo de hormigón. Con un ritmo regular y apagado, aquel ser, humillado y derrotado, exhalaba escasos gemidos y suspiros sin sentido. Sobre el cuerpo, sangre coagulada, restos de un sudor amarillento y seco, las lágrimas amargas de una derrota. Los ojos cerrados y el rostro, ahora informa tras la brutal paliza, clavado contra el suelo.
Había sido una lucha fantástica a los ojos de los más entendidos y de los críticos más experimentados y audaces. El combate se había prolongado durante interminables horas que hicieron las delicias del público. Mary Hem resistió con habilidad y entereza los brutales envites de una fanática Jane Wright. En determinadas cuestiones, Jane no atendía a razones. Se convertía en una enorme máquina apisonadora incapaz de distinguir entre el bien y el mal. Sin duda, el reciente e insatisfactorio apareamiento sexual con James, su amo y señor, revolvió el subconsciente de la secretaria. Dicen los ocupantes de las primeras filas de la SDC que en sus ojos inyectados en sangre sólo se distinguía odio y violencia. Incluso, se comentaba en los mentideros, algunos aseguraban a ciencia cierta que Jane sospechaba de una posible relación entre James y la contable; una relación que va más allá de lo puramente laboral y se extiende cálidamente sobre el lecho hasta convertirse en carnal.
El Sr. Redneck había sonreído durante toda la lucha. Era la viva imagen de la satisfacción. Sus pequeños y miopes ojillos dejaban entrever una excitación más disimulada. La imagen de las dos mujeres sudorosas, revolcadas una encima de la otra, destrozándose y acribillándose mutuamente, proporcionaba a James un placer primario y animal. Fue incapaz de apartar la vista en ningún momento. Ni siquiera cuando un certero golpe de Jane con una piedra convirtió el cráneo de Mary es un escandaloso surtidor de sangre. Fue tal la potencia del impacto que la sangre salpicó el rostro del Sr. Redneck para júbilo desbordado del público. James se relamió los restos de sangre de la comisura de los labios.

Finalizada la lucha, en la soledad de la derrota, James se abalanzó sobre el cuerpo inerte en el suelo. Mary lucía toda su rotunda desnudez sobre el húmedo pavimento apenas cubierta por unos cuantos harapos y jirones. Su cuerpo resplandecía bajo los tímidos rayos de luz que lograban filtrarse a través de las ventanas cegadas. La sangre se secaba sobre su piel formando una costra parda y sucia. Descansaba sobre un gran y maloliente charco de orín. Nada importaba al insaciable James. Nada le frenaba. Su excitación iba más allá de las repugnancias propias y ajenas. Ese era el escenario adecuado para dar rienda suelta a su instinto depredador y carroñero. 
James intentó cubrir con sus formas mórbidas el excesivo cuerpo de Mary. Se recostó cuidadosamente sobre la contable apoyando su cabeza en la espalda magullada de la mujer. Con la mano temblorosa y excitada empezó a acariciar su brazo buscando su mano, muerta y flácida. Sintiendo el contacto con la sangre coagulada y el sudor opaco, James empezó a besuquear el cuello de Mary mientras absorbía su olor rancio y su sabor amargo, el de la agonía de la derrota. El cuerpo de Mary era incapaz de responder a cualquier estímulo. Sus miembros bailaban al son de James, no existía hueso que no estuviese roto o seriamente dañado. Su carne colgaba malherida y se mostraba cada vez más insensible a las caricias del Sr. Redneck.
El Sr. Redneck sacudió su cuerpo contra el de la moribunda. Apenas unos espasmos incontrolados que llevaron a James a un estado de paroxismo total, de éxtasis orgiástico y de satisfacción impúdica y aberrante. Con los ojos en blanco y la baba fluyendo por su barbilla, se levantó del húmedo suelo y se alejó de aquel cuerpo informe y moribundo. Mary apenas pudo esbozar una ligera sonrisa. Sus ojos perdieron cualquier atisbo de brillo y se llenaron de oscuridad. Su piel se tiñó de gris y el color de sus labios desapareció entre los regueros secos de sangre. 
Luis Pérez Armiño

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