James
entiende dos modos de justicia: una oficial y codificada, administrada por
oficiales y profesionales; otra popular, en exceso visceral, sometida a las
reglas de las buenas costumbres y de lo consuetudinario. La primera le desagrada
profundamente; la segunda le ofrece una satisfacción sobrehumana e
irrefrenable.
James
entiende la justicia sólo en términos de la debida compensación a unos daños
previos; determinadas normas y penas impuestas en consideración de cartas
inútiles referidas a cuestiones tan absurdas y abstractas como los derechos
humanos no son más que refrendos del irremediable ocaso de la civilización. La
justicia oficial obedece a las sesudas divagaciones de expertos en las
diferentes materias susceptibles de ser reguladas legalmente. Seres insensibles
demasiado alejados de la realidad, criados a espaldas de un pueblo sediento de
sangre y de justicia verdadera; la popular no se somete a ningún criterio
razonable ni a ninguna codificación posible. Surge de forma espontánea y cuando
se mueve es impredecible y difícil de satisfacer.
Para
James, esa justicia oficial, negro sobre blanco en pesados tomos, legislaciones
absurdas e incomprensibles, es algo abstracto e inalcanzable. Se trata de meras
ideas de escasa aplicación práctica. Considera que la justicia debe ser
administrada por la masa, sudorosa y viscosa, debe ser carnal y repentina.
Dolorosa y ejemplificadora.
Las
jornadas festivas, incluso determinadas horas del día en que se ve obligado a
recluirse en su casa, transcurren de forme tediosa y anodina. Son horas lentas
y pesadas. Sentado en su incómodo sillón James es hombre de gustos sencillos.
La posición de James ofrece una línea discontinua con la imagen emanada por el
televisor. Suele mirar a los ojos de sus interlocutores virtuales que se
debaten en aquellos mundos tan lejanos pero tan reales. Incluso, dependiendo de
la cantidad de alcohol ingerido o de la tensión acumulada en las diatribas de
los ponentes, James lanza sus propias proclamas y eructa manifiestos a favor de
razas humanas y de verdades universales teñidas de falsos argumentos.
La
estancia oscura se ilumina insuficientemente con el resplandor vomitado por la
pantalla.
Una
cerveza para regar sus constantes visionados de noticiarios y programas informativos
de contenido variado. Existe un tipo de crónica de especial relevancia que
ocupa gran parte del interés de James. Las noticias de grandes juicios
mediáticos en los que el tribunal debe decidir sobre la suerte de asesinos o
violadores infames; en general, de cualquier quebrantador de la ley cuyos
delictivos actos hayan sido capaces de atraer todos los intereses mediáticos y
carroñeros de las grandes corporaciones que copan el escaso mercado informativo
de Poltroon City.
Visto
para sentencia, cuando el reo abandona las dependencias judiciales, una
placentera ansiedad invade el ánimo de James. El condenado es conducido a
prisión entre los insultos y los intentos de agresión de una masa anónima y
vociferante. Se escucha una retahíla, a veces incomprensible, que incluye el
más variado abanico de insultos e improperios. Todo tipo de objetos sobrevuelan
los cielos buscando un mismo objetivo. James admira a ese gentío ensordecedor,
escondido en la impunidad de la muchedumbre, deseoso del linchamiento público
del reo juzgado.
Un
excesivo pudor impide a James acercarse a la puerta de los tribunales. Si lograse
reunir el ánimo suficiente, se hundiría en esa masa hinchada en odio y
arrojaría sin dudarlo la primera piedra sin firmar contra aquel hombre que debe
rendir cuentas ante una justicia laxa y corrompida.
Luis Pérez Armiño
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