lunes, 23 de enero de 2012

Al César…

Dando un repaso a la negra actualidad que vivimos me llamó la atención una noticia que no puedo obviar. El artículo hace balance de la situación que vive Islandia después de pasar por momentos muy duros, debido al plante de su población ante el abuso de políticos y financieros. El colapso económico vivido por este país es comparable, según los datos de este artículo, a las expectativas de recuperación. En cifras se habla de un 2,1% de crecimiento en el 2011, unas previsiones del 1,5% en el 2012, del 2,7% para el 2013, lo que parece suponer un crecimiento tres veces mayor que en la zona euro. Cierto que la economía islandesa está todavía muy tocada y que tardará en recuperarse, pero se está generando empleo, la deuda pública disminuye y en términos generales se ve un futuro optimista. Nada que ver con los “brotes verdes” de los que tanto han hablado nuestros políticos y que parece que, igual que los pepinos, los exportamos a “otro país”, donde ahí si que germinan.

Leyendo esta noticia no puedo por menos que sentir alegría, admiración y una profunda envidia, sana, pero al fin y  al cabo, envidia. Un pueblo soberano de verdad, que decide su futuro en referéndum, como ha de ser, y que no consiente que los políticos desatiendan sus deberes y abusen de sus cargos. Un ejemplo de grandeza de un pueblo que toma decisiones difíciles y dolorosas, y lo hacen unidos y afrontando con seriedad las consecuencias. La aptitud de los islandeses ante la adversidad, desafiando a la pobreza con orgullo, ha dado toda una lección al mundo entero, cambiando los cómodos sillones a políticos y financieros por fríos arrimaderos de calabozo.

El pueblo islandés atendió a la lógica, lo que teníamos que haber hecho todos, hablar el mismo idioma que ellos, no pagas… ¡embargo! La situación actual sostiene que hay que dar dinero al banco para que consejeros y accionistas mantengan el status económico y social, mientras aquellos pobres que prestaron su dinero, a través de los impuestos, son embargados por el propio banco. Paradójico, ¿no? ¿Será síndrome de Estoeselcolmo”?

El ejemplo de Islandia clamó terror en el resto de gobiernos y entidades financieras. Desde el exterior se esmeraban por ocultar, todo lo posible, las noticias llegadas de Islandia, por miedo a una pandemia generalizada. Un efecto dominó derrumbaría el edificio sobre el que se sostiene el poder, tanto económico como social. Esta aptitud censora recuerda aquella que se daba durante la Revolución Francesa, cerrándose fronteras y ocultando información que pudiera espolear al pueblo.

En España se dio un caso que se extendió rápidamente  al resto del mundo. La situación insostenible empuja a una minoría, cansada ya de tanto abuso, a reclamar la atención de sus líderes de una forma pacífica, pero ruidosa. Siendo un año de elecciones no se atrevieron a repeler la manifestación, al menos al principio. Incluso algún necio o, quizás, desinformado, pretendió atraerse esos votos. Pasada alguna semana, cuando cedió el fragor inicial, los indignados empezaron a ser aporreados, menospreciados y ridiculizados por parte de los políticos más radicales, claro ejemplo del respeto que tienen a los que les dan de comer. Pues creedme que en las elecciones del 20N volvieron a ser votados.

Islandeses e indignados son héroes en esta sociedad, mezquina y tirana, de mercados, valores y economías.  Esta aptitud islandesa le ilusiona a uno y le hace creer en un mundo mejor, donde la voluntad del pueblo logra juzgar a políticos abusones y avarientos banqueros.

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