sábado, 29 de junio de 2013

Los bárbaros leyeron a Vasari

Sandrart en un grabado de 1854 de Hugo Bürkner
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El siglo XVII es el del triunfo de la pintura, optando por la expresión usada por Jonathan Brown, como máxima expresión del reconocimiento de la labor artística. Después de siglos sometidos al ostracismo de unos comitentes poco interesados en la promoción social de los artistas, considerados simple artesanos intérpretes de un mensaje institucional al servicio del poder, y tras un periodo de reafirmación de la labor del creador como genio capaz de interpretar artísticamente todo un complejo contenido teórico, el XVII ve el afianzamiento del pintor como un personaje destacado en el panorama social europeo. Dentro de este proceso, es fundamental toda la labor teórica e intelectual, casi histórica, desarrollada por pensadores, algunos de ellos artistas, que decidieron elaborar complejas obras literarias que sirvieran de cimiento y sostén del nuevo protagonismo social y cultural del artista. Este gran proyecto fue alumbrado en Italia en paralelo al triunfo de la cultura humanista y renacentista, pero pronto se expandió con rapidez por todo el continente llegando a los confines del bárbaro norte germánico ya a finales del siglo XVI.


 
Autorretrato, 1550 - 1567, Vasari
Galería Uffizi, Florencia - Fuente
Italia se convirtió a lo largo del siglo XV y XVI en el escenario paradigmático de un renacimiento clasicista. De forma paralela a la creación artística, se desarrolla toda una literatura artística en torno al hecho creador. Surgen los nombres de un Vasari o un Alberti, entre otros muchos conocidos, que dedican parte de su actividad a dejar por escrito todo un corpus referido a la actividad artística tanto de su pasado reciente como de su propia época. Se recuperan viejos tratados artísticos y se elaboran otros nuevos; se componen extensas obras dedicadas a trazar las biografías de los genios del arte italiano mientras que otros autores alaban la grandeza de sus respectivas ciudades, estados o príncipes haciendo alusión al papel del arte en este proceso de exaltación de mecenas y comitentes. Se establece, pues, una especie de dogma artístico que eleva a los altares a los creadores artísticos, equiparados a genios prácticamente semidivinos, mientras que cualquier manifestación estética que tuviera lugar fuera de las fronteras italianas era ignorada.
La imprenta y un nuevo sentimiento cultural animaron la difusión de ideas y obras, teorías y tratados, por todo el continente europeo. Por supuesto, todo ese entramado intelectual en torno al arte como fenómeno nacido en las cortes italianas fue conocido en el resto de Europa más tarde o más temprano. Se articula entonces una respuesta contradictoria: surge un tipo de literatura que toma como modelo lo hecho en Italia, especialmente las Vidas de Vasari para tratar de canonizar y ensalzar los logros nacionales; pero por otra parte, surge una abundante producción literaria contestaría contra lo italiano que ve en los tratados, biografías y loas a lo italiano un modelo a combatir. En toda Europa se inicia un proceso creativo que trata de paliar las lagunas observadas en las obras italianas a la vez que pretende ensalzar lo propio, de manera chovinista y excesivamente patriotera, frente a lo italiano.
Grabado del Teutsche Academie de Sandrart
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Surgen en el norte de Europa los primeros escritos que tratan de glorificar las realizaciones artísticas propias, especialmente las pictóricas. En parte como respuestas a las pretensiones italianas de acaparar todas las glorias artísticas; pero, también, seguramente, para forzar una determinada actitud comercial que favoreciese los mercados pictóricos locales. No en vano, en el siglo XVII, Holanda se convierte en epicentro del cada vez más rico circuito comercial que ha nacido en torno al lucrativo y naciente negocio del arte. Es en esta época, por citar algún ejemplo, cuando van Mander decide relatar las bonanzas de los artistas de su patria, incluyéndose a él mismo como colofón de su magna obra.
Similar proceso tiene lugar en Alemania donde el pintor Sandrart (1606 – 1688) es considerado como uno de los primeros historiadores del arte del país. Su caso particular ha sido muchas veces considerado como el del pintor cuya obra ha resultado eclipsada por su amplia producción literaria como destaca Susanne Meurer. Sandrat se embarcó en un ambicioso proyecto que permitía reunir de una forma extensa un amplio repertorio de biografías de artistas alemanes de su tiempo y del pasado (Teutsche Academia), tratando de ensalzar la creación germánica para equipararla con lo que se había hecho en Italia. Su compleja producción literaria, aparte de estas biografías, incluye referencias a colecciones artísticas de su época, un estudio sobre iconología o, incluso, algunas de las primeras referencias a una incipiente museología. Es esta vasta prodigalidad en las letras la que ha provocado, irónicamente, que la historia suela obviar la labor artística de Sandrart: un pintor capaz que osciló entre los primeros naturalismos tenebristas del Barroco y su expresión más exultante y triunfante, y que logró un gran éxito entre el público en sus numerosos viajes y diferentes estancias a través de su actividad como retratista.
Es evidente el efecto de las Vidas de Vasari en Europa. Fue el acicate que generó un auténtico fervor por un género historiográfico que ensalzaba las glorias y logros del artista como genio creador provocando que en toda Europa surgieran escritores y tratadistas que deseaban componer sus propias Vidas nacionales en una especie de competición por ofrecer las mayores glorias nacionales frente a las de los extranjeros. Como resultado, se generó un corpus amplísimo de información, de desigual valía según las fuentes y los informadores, fundamental para conocer el siglo que entendió el enorme poder social y cultural del arte.  
Luis Pérez Armiño

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