domingo, 30 de junio de 2013

Construyendo a James Redneck



Os presento a mi nuevo personaje de ficción, James Redneck. Y lo calificaremos como de ficción para evitar, en la medida de lo posible, cualquier acción legal por parte de personas que puedan sentirse ofendidas. En cualquier caso, informamos, nadie ha resultado herido durante la redacción de este texto.

El escenario de presentación

Simple y conciso. Una puerta de madera labrada con un gusto estridente y en exceso manoseada. El metal antes dorado de su manilla es un simple reflejo de un pasado esplendoroso, un viejo retazo de tiempos mejores. La puerta se abre y se cierra pero no lleva a ninguna, absolutamente, a ninguna parte. Sólo sirve como punto de paso en un muro blanco inmaculado que no tiene ni principio ni final.

El personaje. Lo que él cree

Aunque pudiera parecer un antiguo anuncio que nos invitaba a abandonar cualquier tipo de bebida o sustancia alteradora de la razón y la conciencia, nuestro personaje cree ser alguien que en realidad no es.

Su poderosa melena al viento que sacude una y otra vez al viento deja paso a su mirada de halcón dispuesto a la caza de un pequeño roedor perdido en la inmensidad infinita de las praderas. Los músculos tensos de una mandíbula fuerte y viril, retocada por unos labios sugerentes llamados para pecar. Un cuerpo esculpido y forjado con el duro y agotador trabajo al sol. Un portento de la naturaleza, masculino y poderoso. Se sabe el más fuerte y capaz, su pensamiento abarca todo y cada uno de los campos del saber que domina con una precisión enciclopédica. En su vocabulario no existe la palabra error. Tampoco la palabra perdón, innecesaria porque nunca se equivoca.

Con porte de elegante dejadez, abre la puerta y se apoya en su quicio. Mira al frente triunfante mientras exclama mentalmente un “tranquilos, he llegado”.

El personaje (y 2). Lo que los demás ven

Cuatro pelillos descoloridos se descuelgan de una frente estrecha (en todos los sentidos). Apenas llegan a asomar por encima de unos ojillos de ratón miope, llorosos y enrojecidos. Su mandíbula desapareció hace largo tiempo engullida por unos prominentes y grasosos carrillos que han inundado con perseverancia un rostro anodino y grisáceo. La boca se ha desgastado por la falta de uso, por una inoperancia rota sólo por la necesidad cíclica de realizar cuatro exabruptos tímidos y cinco o seis sentencias categóricas sin sentido ni orden. En todo caso, discursos entrecortados, escasos, mal hilados, repletos de injurias y cobardías. Su cuerpo se ha convertido en mudo testigo del paso de los años, redondeado con formas mórbidas y pastosas que se tambalean al ritmo de sus pasos mostrencos y elefantinos.

Con un gesto torpe se apoya en el quicio de la puerta mientras ajusta sus gafas de pesadas monturas y cristales casi opacos al puente de su chata nariz. El ridículo de su pose, desacompasada con su burda figura, deja leer entre líneas su raquitismo y la mediocridad de quien se cree superior sin serlo.

Bien, en líneas generales, este es James Redneck. Sin embargo, como cualquier personaje en la vida, no está cerrado y admite variaciones y evoluciones, incluso sugerencias. Mientras lo perfilamos, hasta la semana que viene.

Luis Pérez Armiño


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