Cualquier
encuentro casual entre Mary y Jane suponía un brutal choque frontal entre dos
trenes de mercancías circulando por la misma vía a velocidad máxima. Dos
personas contrapuestas hasta en el aspecto físico. Frente a la corpulencia
heroica de Mary, alta y grande, se resolvía la delgadez inquietante y simiesca
de Jane. A simple vista, un enfrentamiento entre las dos mujeres parecería
desequilibrado. Pero Jane lleva muchos años trabajando en la sombra y socavando
los cimientos de torres más altas que han terminado por derrumbarse a sus pies.
Perfectamente puede hacer sucumbir a la resabiada Mary.
En
los pasillos, en las cafeterías, en los despachos y en los espacios abiertos,
cualquier lugar era el adecuado para que los dos ejércitos desplegasen sus
herrumbrosas armas al sol y cargasen con ira ciega y fanática contra el
enemigo. En torno al campo de batalla se apostaban demasiados fisgones que
gritaban sus apuestas por una u otra contendiente. Algunos eran simples mirones
que se excitan con facilidad ante la vista de las entrañas ajenas todavía
humeantes expuestas a la luz del día. Demasiados intereses mezclados y mal
avenidos que incidían en la violencia salvaje de cada uno de esos encuentros
agotadores y sudorosos.
La
antigüedad nos reveló diferentes formas de entender y disfrutar la violencia. El paso
de los siglos ha ido perfeccionando y mecanizando esos rituales de sangre y
muerte. El público saliva y pone los ojos en blanco ante el dolor y el
sufrimiento ajeno, cuanto más viscoso y sanguinolento mejor. Y entre la masa
enloquecida y anónima, una figura sobre su trono, tocada con su corona de
espinas y su raída y desgastada toga púrpura decide sobre la vida y muerte de
los luchadores mediante un tímido y cansino gesto de su mano mientras adorna su
mediocre rostro con una cínica sonrisa que deja asomar sus perfilados colmillos
amarillos. Es James, acomplejado y mezquino. Con su pulgar señala los infiernos
y ordena que la sangre riegue la tierra.
Es
hora de poner las cartas sobre la
mesa. No es difícil averiguar qué piensa la una de la otra.
Sobre lo que consideraba
Mary acerca de Jane:
Jane es una profesional incompetente que trata de disimular su ineptitud
mediante las más variadas mezquindades. Es un sujeto ruin y peligroso, capaz de
cualquier treta y artimaña con tal de controlar los resortes que le aseguren su
posición dentro de la delegación regional de la compañía. Sin
embargo, Mary es inteligente. Con el tiempo ha aprendido a leer entre líneas la
laberíntica mente de Jane. La
señorita Wight no está interesada lo más mínimo por
cuestiones profesionales. Sólo le interesa mantenerse a la vera del Sr.
Redneck. Le profesa auténtica admiración y pasión enfermiza. Sería capaz de
eliminar a cualquier otra mujer que se acerque a su James. Jane y James
mantienen ese tipo de relación extraña y dañina de la que no puede surgir nada
bueno ni fructífero. Jane ha hipotecado su vida personal por las migajas que le
arroja a sus pies el Sr. Redneck.
Algunas ideas y otros
infundios de Jane sobre Mary:
la Sra. Hem
posee un currículum envidiable. Fue una de las primeras en su promoción en la
facultad de ciencias financieras. En la universidad destacó como una de las
compañeras más comprometidas con la vida académica. Al finalizar sus estudios,
ingresó en el departamento de Contabilidad B dirigiendo su propia tesis de
investigación. Su dedicación y entrega al mundo de la lúgubre ciencia no fue
óbice para que pudiese mantener una activa vida social. En la facultad estudió
junto a su hoy marido. Eran la comidilla del colegio mayor por sus tórridos
encuentros sexuales. Era una pareja, dejando a un lado cuestiones de fluidos y
carnes rebosantes, cómica: ella, enorme y portentosa, gigante y decidida; él,
delgado, escuálido, un saco de huesos enfermizo y apocado; la pareja perfecta,
ella adoraba la dominación y él era un ser sumiso que necesitaba la guía del
látigo y la correa.
Las
miradas cortaban el aire.
Luis
Pérez Armiño