Public
Felt Paper Co. es, ante todo, una compañía moderna. Una de las primeras en el
país que puso en marcha el modelo de producción en cadena. Sus espectaculares
resultados económicos avalaron una gestión delirante. Todos y cada uno de los
integrantes de la empresa conocía a la perfección su lugar y su posición en esa
amplia y tediosa cadena. Unos debían apilar los cartones, otros distribuir las
cajas, algunos preparar glucosas y demás componentes básicos, la mayoría plegar
y doblar una y otra vez, hasta mil, dos mil o tres mil veces, cartones y más
cartones. Las veces que hiciesen falta. Más y más cajas...
La
producción no podía fallar. Todo debía estar perfectamente engrasado. Si
ocurría cualquier incidente, si uno de los peones caía enfermo o perdía algún
miembro en la máquina guillotinadora, inmediatamente debía ser sustituido. Ni
siquiera se podía parar la maquinaria para recuperar el brazo perdido…, o la
mano…, o el dedo…, o la cabeza (cuenta la leyenda empresarial que algún
operario metió su cabeza en las fauces de alguna máquina para acabar con su
suplicio laboral). El miembro apuntado pasaba a ser propiedad de Publico Felt
Paper Co.
El
tiempo ha complicado el organigrama funcional de la empresa multiplicando los
puestos y sus denominaciones. Los pasillos se han poblado de una nueva especie
humana que los recorre taciturnos y cabizbajos. Es una marea ingente de
trabajadores grises y abatidos encargados de las más variadas tareas de
gestión. Se reconocen fácilmente por sus rostros apagados y blanquecinos,
siempre tocados por unas profundas y oscuras ojeras, por su mirada vacía y
perdida en unos pequeños ojos miopes ocultos bajo unas pesadas gafas. Signo
indiscutible de su pertenencia al cuerpo de gestión y administración es que
siempre se acompañan de pesadas carpetas repletas de amarillentos papeles
clasificados de acuerdo a crípticas series documentales.
La
delegación central había crecido gracias a una época de bonanza del cartón. La
reinversión permitió abrir una nueva sede en otro punto de la geografía nacional.
Esta filial, a su vez, pudo crear una sub - filial en otro punto de su radio de
acción regional. La compañía fue expandiéndose. Con el tiempo se convirtió en
un agujero negro que no dejaba escapar ni la luz.
Su
organización interna respondía al típico y rígido esquema piramidal.
A
la cabeza, líder indiscutible y señor último, el director de la delegación
regional de Públic Felt Paper Co.: el señor James Redneck. En la empresa todo
el mundo sabía que él nunca tomaba decisiones. Las dejaba para sus más variados
subordinados. Era un hombre sin iniciativa ni valentía.
Todas
las sedes disponían de un amplio cuerpo de gestión técnica. Era el personal que
permitía el funcionamiento de una delegación. Había personal de contabilidad,
de documentación, de comercialización (tanto externa como interna)…; incluso,
un escuálido departamento de investigación y desarrollo.
Todo
el personal disponía de una excelente formación académica. Entre sus filas se
distinguían los verdaderamente convencidos de su labor, por lo general derrotados
y humillados; también se encontraban multitud de ineptos incapaces de hacer la
“o” con un canuto, personal que ascendía con facilidad en el entramado
jerárquico de la compañía. Existía una profunda animadversión entre unos y
otros que explicaba rencillas, odios y enviadas.
En
el puesto inferior se encontraba la cadena de producción. Public Felt Paper Co.
se alimenta de la desesperanza. Sueldos bajos y ninguna compensación en
especie. Micro – contratos de escasa temporalidad y jornadas reducidas. El
obrero, por lo general, aceptaba: o el contrato abusivo o la nada más absoluta,
el hambre y el frío. La masa laboral de la empresa se compone de una mancha
uniforme y silenciosa de azul eléctrico que se reparte por las salas de montaje
y los pasillos de acuerdo a una coreografía cronometrada. La vida se rige en
turnos de hasta doce horas sin respetar ni festivos ni días de guardar. Es el
régimen absoluto del todo vale.
En
las calles de Pooltron City se hacinan las masas proletarias sin nada que
hacer. Los días eternos convertidos en pesadillas ciegas. Ese era el pozo negro
donde se nutrían los responsables de recursos humanos de la compañía. La lógica
era simple y matemática. Un especialista podía cobrar una retribución equis un
mes. En la calle, algún ojeador de la empresa encontraría a otro especialista,
desesperado y desempleado, encantado de realizar ese mismo trabajo por la mitad
de ese mismo sueldo. Incluso, seguramente aceptaría no disponer de ningún tipo
de seguro y renunciaría gustoso a su pensión. Era lo que los directivos de
Public Felt Paper Co. denominaban racionalización de la producción. Algunos
radicales se atrevían a hablar de pauperización y degradación.
No
existía apenas comunicación entre los diferentes estamentos de la compañía.
Todos actuaban por su cuenta y orden; la mayoría de las veces, por pura desidia
y dejadez, la monotonía establecida por el compás de la maquinaria; casi
siempre atemorizados, amedrentados por el miedo constante de la pérdida de ese
trabajo denigrante y alienante.
Todo
este complejo sistema sería imposible de funcionar sin el departamento más fundamental
de la empresa: el de seguridad.
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