La
historia, ni siquiera la arqueología con la arrogancia que le otorga la
capacidad de otorgar a su antojo cronologías y fechas, ha sido capaz de
descifrar el año exacto en que un tsunami asoló la pequeña isla de Rarotonga.
Una pequeña extensión de tierra enclavada en algún lugar perdido en medio del
océano Pacífico.
A
pesar de los muchos años de investigaciones y la ingente suma económica
invertida, nadie se ha aventurado a establecer una cronología precisa. Alguna
publicación ha tratado de ofrecer datos relativos que estiman que los luctuosos
acontecimientos a los que nos referimos y que marcaron para siempre el devenir
histórico de la isla de Rarotonga tuvieron lugar entre un determinado momento
del pasado y otro momento algo posterior. E inmediatamente, otros sesudos
pensadores dedican todo su esfuerzo para ingeniar cualquier argumento, más o
menos verídico o comprobable, para desmontar aquellas cronologías relativas y
tan arriesgadas; en la mayoría de los casos, locuras de juventud.
El
registro arqueológico de la isla de Rarotonga es extremadamente simple. En un
momento indeterminado se produce el poblamiento de la isla. Hecho que puede
encuadrarse dentro de los movimientos poblaciones que permiten la ocupación de
los diversos archipiélagos que abundan por el Pacífico. En estratos escasamente
fértiles los historiadores, arqueólogos y antropólogos han sido capaces de
describir una cultura de nimio interés. Apenas restos de una industria lítica
tosca y sin enorme variedad, dedicada a la rapiña de cualquier producto marino
que llegase a las playas; una sociedad que no había sido capaz de desarrollar
ningún tipo de explotación agraria. Numerosos restos, algunos de difícil
identificación y, por lo tanto, controvertidos, parecen indicar una sobreexplotación
de los cocoteros isleños. En cuanto a una posible estructura social,
comparaciones etnográficas han permitido dibujar una sociedad en exceso
primitiva consistente en alguien que manda y unos cuantos mandados. El dato más
relevante y de mayor interés revela determinadas prácticas religiosas asociadas
a un culto a los muertos: han sido muchos los huesos humanos localizados que
presentan determinadas marcas que pueden hacer suponer prácticas de canibalismo
(ritual o gastronómico, según se mire).
Punto
y final de la floreciente y prometedora cultura de la isla de Rarotonga.
Cualquier luz sobre lo que Rarotonga podría haber aportado a la especie humana
es mera cuestión de especulación y ciencia ficción histórica.
Sin
embargo, por encima de esos estratos que nos regalan datos tan someros sobre la
cultura de Rarotonga, los expertos han identificado un nivel especialmente
preocupante. Es un nivel estéril que, a parecer de climatólogos, edafólogos,
químicos y otros expertos en las más variadas materias, revela la existencia de
una destrucción masiva que azota toda la isla en apenas unos instantes borrando
cualquier rastro de vida humana. Después de múltiples pruebas y análisis, las
primeras pesquisas pretenden suponer que, en un momento cronológico indeterminado,
la isla de Rarotonga fue sacudida por un violento tsunami que acabó con
cualquier forma de vida y aniquiló la cultura de Rarotonga.
Algunos
demógrafos estiman que la población de Rarotonga bien pudo llegar a contar con
varios centenares de individuos.
Una
fresca mañana de la temporada de lluvias, los rarotonganos se desperezaron
después de una plácida noche de descanso. Todo transcurría con la habitual
normalidad que solía impregnar el quehacer diario de la cultura de Rarotonga.
Con los primeros rayos de sol, se encienden las primeras hogueras y se caliente
el desayuno. Para algunos, un poco de coco era más que suficiente. Sin embargo,
los ancianos insistían a los más jóvenes: era necesario alimentarse bien en esa
primera comida. Para ello, nada mejor que un buen muslito de algún familiar
recientemente fallecido o la pechuga del vecino que el otro día murió en un
extraño e inesperado accidente. Pobre, era un joven tan prometedor.
Una
extraña neblina invadió la isla de Rarotonga. Las escasas aves que poblaban
aquel pedrusco dejado de la mano de Dios salieron volando. El mar se retiró de la playa. Una mujer se
levantó y dirigió una mirada extrañada al mar. Un ligero temblor empezó a
sacudir la isla, cada vez más violentamente, mientras un ruido, un pequeño
rumor al principio, se convirtió en un ensordecedor estruendo que puso en
alerta a toda la población de la
isla. En apenas unos segundos, el mar reapareció en forma de
una gigantesca pared de agua que borró cualquier forma de vida sobre la faz de la isla. Sólo fueron unos
breves minutos. Todo desapareció bajo el agua, la isla sucumbió cubierta bajo
el mar. Poco después, cuando la gran ola inicio la retirada, la isla salió a
flote. Era un paraje yermo y desolado.
La vida había desaparecido por completo.
Las
paredes de la delegación regional de Public Felt Paper Co. empezaron a vibrar.
Henry, uno de los operarios del almacén, vio las extrañas ondas que recorrían
la superficie de su café negro y frío. James apartó la vista de uno de sus
pesados libros y dirigió la mirada hacia el retrato de Frank Meadows que
colgaba en la pared de su despacho. Se movía con un ritmo imperceptible pero
que crecía por momentos. El temblor crecía y crecía. Un ligero rumor lejano se
convirtió en un estruendo interminable y angustioso.
Las
puertas de la delegación regional de Public Felt Paper Co. se abrieron de par
en par. Como tres sombras de mal agüero, en la puerta se perfilaron las figuras
de tres personajes odiados en toda la compañía.
Luis
Pérez Armiño