Lugar:
Salón de actos de la
Real Academia de Cartonología en su delegación regional de
Pooltron City. El auditorio se encuentra lleno, aforo completo. Sería difícil
estimar la edad media de los asistentes al acto de ingreso de la Dra. Cathy Humper
en tan noble y venerada institución. Por alguna razón que escapaba al
entendimiento de James Redneck, la cartonología no despertaba pasiones entre la
población joven. Una lástima. James adoraba a los jóvenes. Quizás en exceso.
La
Dra. Cathy
Humper,
después de su discurso, bajó del estrado con notable dificultad. Los años se
habían convertido en un fiero enemigo que poco a poco le arrancaba una
vitalidad ya olvidada. James se apresuró a levantarse para ayudar a Cathy. La
señora van Fettreich hizo un gesto similar.
Pepin
van Fettreich pertenecía a una antigua familia de Pooltron City. Como suele
suceder en estos nobles linajes, todas las tentativas que trataron de
escudriñar en los orígenes familiares de doña Pepin se encontraron con la total
carencia de referencias documentales y vestigios que probasen los ilustres
orígenes de los van Fettreich. En algunos mentideros, donde se cocinaban a
fuego lento falacias y bulos de corte popular, se afirmaba entre dientes que la tal Pepin no era ni doña
ni señora; que había añadido a su apellido ese van tan ostentoso y ennoblecedor; ni siquiera el apellido era tal,
sólo una mera invención. Todo rumores nunca probados. Lo único cierto es que su
familia pertenecía a una estirpe acaudalada, enriquecida con actividades
comerciales (legales o ilegales, eso no viene al caso). La enorme fortuna
obtenida en trueques y regateos se empleó en la construcción de un apellido y
su correspondiente escudo. Sin embargo, como muchas veces ocurre, el espíritu
emprendedor se fue perdiendo de generación en generación. De aquellos
suculentos y lucrativos negocios sólo quedaba un polvoriento prestigio que la
señora van Fettreich pretendía mantener a toda costa.
Pepin
no trabajaba. Se la conocía en toda la ciudad por sus diferentes obras
culturales. Ella misma se consideraba mecenas a la altura de los Medici
florentinos. Su formación era escasa. Aspecto éste que disimulaba con una
arrogancia extremada y una actitud sinvergüenza que le permitía suponerse mejor
que todos los que le rodeaban. Entre sus últimos proyectos, crear una fundación
cultural dedicada al estudio de la cartonología al amparo de la poderosa Public
Felt Paper Co. En tan absurda aventura había logrado embarcar
a otros personajes tan ridículos como ella misma: a James, quien vio la
posibilidad de obtener réditos de su participación en la inútil fundación; y la Dra. Humper,
interesada en el respaldo de Pepin para lograr publicar todas las mezquindades
que se le pasasen por la cabeza.
La
señora van Fettreich se levantó de su silla en la primera fila del auditorio y
ofreció su mano enguantada a la Dra. Humper.
Había logrado combinar a la perfección su elegante traje de
chaqueta con aquellos caros guantes de piel. La Dra. Humper se aferró
a su mano y se dirigió hacia su asiento. Pepin vio en el estrado el micrófono
desnudo y contempló su oportunidad para dirigir unas palabras al público y
solicitar su colaboración en su nuevo proyecto cultural (en términos técnicos
financieros, es fantástico ese eufemismo de patrocinio cuando lo que queremos
es solicitar una limosna).
Estas
fueron las palabras de Pepin después de sujetar con firmeza el micrófono y
golpearlo reclamando la atención de los presentes:
“Amigos, amigos… escúchenme todos. Por favor,
les pido un poco de atención… (el murmullo generalizado de la sala era muestra
del desinterés que despertaba una impaciente y desesperada Pepin)… Atención…,
sólo les pido unos minutos de su tiempo… Enseguida podrán acercarse al bar
donde les hemos preparado un delicioso vino… (la mención de vino y comida
gratis despertó el interés de cierto sector del público).
Como bien sabrán, mi
nombre es Dra. van Fettreich (en
la universidad que doctoró a Pepin corrían dos teorías sobre las aptitudes de
la señora van Fettreich para obtener su título: una afirmaba que su poder
residía, precisamente, en su apellido; la otra insistía en la capacidad de
persistencia y agotamiento de Pepin, persona ociosa que podía disponer de todo
el tiempo del mundo visitando despachos y más despachos exigiendo títulos y
tratamientos).
Me gustaría poder
aprovechar este bonito acto para solicitar al menos su atención, y si fuese
posible, alguna ayuda en pos de un proyecto que, sin duda, les resultará de
sumo interés. En esta nueva apuesta cultural, me encuentro acompañado de
personajes de la talla del Dr. Redneck y la Dra. Humper,
suficiente aval académico y laboral como para cimentar el crédito que
humildemente les solicitamos. A la salida y en las mesas de la sala donde
serviremos el vino, encontrarán unos folletos. En ellos podrán inscribirse como
socios – colaboradores de la nueva fundación que proyectamos a la sombra de la Public Felt Paper
Co. Entre sus objetivos, todavía por precisar, lograr que tanto James, Cathy y
yo misma podamos conseguir dinero y más dinero para desarrollar nuestros
insustanciales proyectos y plomizas investigaciones. En esos mismos folletos
encontrarán información sobre las diferentes tarifas mensuales y los beneficios
correspondientes. Podrán anotar su número de cuenta corriente donde
procederemos a efectuar las domiciliaciones oportunas.
No quiero aburrirles
más. Seguro que están deseando probar el vino que les hemos preparado y
consumir alguno de los aperitivos que les ofrecerán nuestros camareros.
Muchísimas gracias por su atención”.
Luis Pérez Armiño