miércoles, 24 de abril de 2013

Sabia soledad

Allí se encontraba, a la orilla del lago, como acostumbraba a hacer desde hacía ya cinco años. Había ido a buscar la sabiduría y lo que encontró fue la paz. Así, día tras día, la monotonía le permitía contemplar los enrevesados entresijos que mueven al ser humano, algo que nunca se había planteado cuando convivía con otros hombres. Se había librado del lastre ineludible que conlleva la vida en sociedad y su alma brotaba libre y sin tapujos, dotándole de clarividencia y un fresco y gratificante modo de contemplar el mundo.
Observaba con gran sorpresa como la energía agresiva que trajo de su otro mundo había desaparecido por completo, reinando en él una placentera calma. Una inconmensurable espiritual que siempre había envidiado, incluso cuando solo percibía la paz, desconociendo por completo la sensación. Aquellos años insanos, años buscadores de oro, años de desprecio a los semejantes, habían terminado. Empezaba a vivir de nuevo cerrando un ciclo y con una perspectiva enteramente distinta a aquella que le había hecho entender una realidad engañosa del mundo. Era un hombre nuevo, ahora amaba la vida y lo que es mejor, había comenzado a quererse a si mismo.
Alejado del hombre encontraba en la Madre Naturaleza justicia y en el lago la espiritualidad. Meditaba en ocasiones sobre el hecho de tenerse que haber quedado ciego para poder volver a ver. No podía por menos que recordar con nostalgia aquellos primeros días de miedo y frio, de incertidumbre y supervivencia. Ahora quedaban convertidos en una simple anécdota, en algo positivo que le ayudó a crecer. Se había adaptado perfectamente al medio logrando el ansiado equilibrio, pero no olvidaba los tiempos de penumbra. Tampoco olvidaba los años que pasó rodeado de otros hombres. En ocasiones, y con cierta pereza, volvía a evocar ese siniestro pasado que consideraba superado.
Los logros adquiridos le enorgullecían, no podía ocultar su satisfacción. Había logrado actuar por cuenta propia, no como antes que creía pensar pero eran otros los que pensaban por él. Se sentía liberado de esa venda, de esa esclavitud impuesta por los dogmas sociales, convirtiendo al ser humano en una herramienta de sus más bajos deseos, los materiales. La falta de generosidad entre el hombre le exasperaba. No podía concebir como había sido partícipe durante tanto tiempo de un sistema cruel y malvado, insolidario y egoísta. Llegó a odiar tanto a la humanidad que le preocupaba, pero al fin le vino la paz y con ella el perdón.
En todo este metamorfismo que había sufrido si que encontró una particularidad que no había cambiado en absoluto, él hablaba y nadie le escuchaba. Pero se consolaba pensando que la naturaleza estaba exenta de engaño y no le importaba tener esa sensación de hablar y no ser escuchado. Nunca había estado más solo que cuando se creía acompañado.
Mirando al lago, aquel que había sido su amigo durante estos años, se sintió saciado. Tenía lo que quería y si no tenía más era porque no lo necesitaba. Había entendido que poseer más de lo indispensable no satisface, empacha, y provoca los malos sentimientos de aquel que no tiene ni para su subsistencia. Conocía la enfermedad del hombre, pero no sabía como distribuir el antídoto, tampoco es que se sintiese en el deber o la obligación de hacerlo. No debía nada a la humanidad, como la humanidad no le debía nada a él.
Estaba en paz consigo mismo y eso le permitía afrontar sus recuerdos malditos. Había logrado perdonarse y eso asesina el remordimiento. Sabía de sobra, porque lo había sufrido en sus propias carnes y lo había aplicado a los demás, que el hombre es un ser necio, avariento, envidioso y macabro si piensa y actúa en sociedad. En cambio, cuando no hay que dar más justificación que a la propia alma surge una bondad innata, otorgada por ese condescendiente sentimiento de tenerse a uno, de amarse y de vivir en avenencia consigo mismo. Solo cuando se consigue esto se está preparado para vivir con los demás. Esa reflexión le reconfortaba.
Sentado, mirando a su amigo, un pensamiento se deslizó por su mente. La sabiduría no consiste en saber mucho sino en conocer lo necesario, pero conocerlo bien. Se pueden aprender mil mentiras y eso no le hace sabio a nadie. La avaricia, incluso de sabiduría, lleva a la falsa realidad. Hay que dominar bien aquello que te ha de servir en la vida para hallar el verdadero conocimiento. El resto queda a los acaparadores de oro.
Nuestro amigo tuvo una vida longeva y plena. Había adquirido la sabiduría que fue a buscar, pero era una sabiduría extraña y diferente a la que se hubiese imaginado. No contenía los viejos valores humanos, no era en verdad un conocimiento aplicado al materialismo. Su existencia se orientó a una nueva forma de concebir el mundo, desde vida y los placeres básicos de ella.
A pesar de estar preparado para vivir de nuevo con otros seres humanos, nuestro amigo nunca regresó a la sociedad. Su sabiduría le había convertido en un hombre muy vago.

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