Discurso
leído por la Dra. Cathy Humper,
secretaria de la Fundación de Ayuda al Menesteroso y Socorro al Desvalido, con
motivo de su ingreso en la
Real Academia de la Cartonología.
“Estimados señores:
Me dirijo a ustedes con
la intención de presentarles mi extensa carrera, tanto laboral como académica y
personal.
Creo conveniente
expresar mi agradecimiento al Sr. Redneck por haberme facilitado con tanta
deferencia este estrado para poder complacerme con compañía tan grata. James ha
disfrutado a lo largo de su carrera de mi ayuda y mis sabios consejos. Pero
seamos justos; como bien sabemos todos, es de bien nacido ser agradecidos.
También James se ha mostrado plenamente colaborador con mis investigaciones y
mis trabajos. No ha dudado en ningún instante a la hora de proporcionarme
cualquier tipo de ayuda: material, económica y/o financiera, e, incluso,
personal. ¡Cuántos de sus lacayos han servido durante interminables horas a mis
órdenes! Muchas de ellas sin pies ni cabeza… Ideas absurdas que se pasan por mi
mente como un relámpago, tan estúpidas que parecen pueriles e inútiles… El Sr.
Redneck siempre se ha mostrado solícito… y sus trabajadores aún más. (El Sr. Redneck, primero en el
auditorio, asiente satisfecho).
Muchos de ustedes me
conocerán sobradamente. Mi nombre es Dra. Humper. Incluso, puedo observar entre
la tan preciada y distinguida audiencia
a algunos amigos y amigas que me conocerán por mi nombre de pila: Cathy.
Desde muy temprana edad
he podido dedicar mi tiempo al apasionante mundo de la investigación con
minúsculas. ¿A qué me refiero con el apelativo de “minúsculas”? A ese tipo de
investigación sin sentido que a nadie importa. Mis sesudos trabajos nunca
merecerán premios ni lisonjas. No por encontrarme mal avenida con las
autoridades académicas y competentes, aunque efectivamente así sea; sino más
bien por tratarse de un tipo de estudios que deja indiferente a cualquiera. He
sido capaz de enfrascarme durante horas, días, meses y años en tediosos e insignificantes
trabajos cuyos resultados nunca encontrarán un eco práctico ni funcional. En
definitiva, señores y señoras, he perdido el tiempo de una manera absoluta y
soberana. Con dos narices
(sonríe tímidamente ante su osadía verbal mientras disimula con la mano una
liviana y elegante carcajada). O si lo
prefieren, puedo traducir esta última aseveración haciendo mía esa expresión
tan llena y plena, tan acertada, de “con dos cojones, porque yo lo valgo”
(El público salta en una horrenda e hipócrita carcajada que pronto se ve
acompañada por aplausos desganados).
No puedo olvidar en
estas palabras a mi amantísimo y acaudalado esposo, el Sr. Humper. Fue él quien
me proporcionó todo el desahogo material posible para que yo perdiese el tiempo
de manera tan ofensiva estudiando materias tan innobles como banales. Sólo
distraída por mis obligaciones matrimoniales de alcoba, fue él quien me
proporcionó el tiempo suficiente como para abandonar a nuestra numerosa prole a
la suerte de matronas, criadas y demás empleadas domésticas que suplían mi
cariño materno con impolutos uniformes. Y cuando el sexo entre el Sr. Humper y
yo se convirtió en mero recuerdo de pasiones juveniles, no encontró
inconveniente alguno en mis largas ausencias mientras me complacía en compañía del
Sr. Redneck en los despachos de la Public Felt
Paper Co.
(James se sonroja).
Hoy mi mente es un baile
arrítmico de conocimientos y habilidades mal adquiridas y peor asimiladas. He
estudiado todo y he aprendido nada. En mis palabras se juntan sonidos sin
sentido que pretenden asemejar lejanos y extraños idiomas que nunca hablaré. De
mi pluma han salido frases absurdas y sin sentido; en el mejor de los casos,
copias infames escritas con el sudor de otros más aventajados que yo pero
condenados al ostracismo del olvido por no saber estar donde tenían que haber
estado.
(La Sra. Humper se atusó
su melena rubia artificial. Una complicada y bien cimentada arquitectura que
coronaba su estrecha y arrugada frente. Algunos dicen que ronda los noventa
años; otros que ronda los ochenta y pico. Su espalda encorvada ante el tiempo y
la inquina de la absoluta ociosidad. Ajustó sus gafas con un gesto fingido,
preparando el final de su discurso ante los primeros bostezos de la audiencia).
Creo que con mis
palabras doy fe de mi sentido agradecimiento ante mi merecido ingreso en esta
Real Academia. Soy consciente, yo la primera, de la mediocridad de mi
existencia. He fracaso en mi vida laboral y académica. Hoy me he convertido en
objetivo de las burlas y sornas de las nuevas hornadas, más preparadas y más
cabales, que ocupan despachos y grandes empresas. He cometido los errores más
abominables y perniciosos. Pero todo esto, nunca lo hubiese hecho sin el
conveniente apoyo de mis queridos mentores y, por qué no, amigos. Por eso, para
dar por finalizada estas breves palabras, no quiero despedirme sin antes
dedicar este sentido aplauso a mis colegas, el Dr. Sr. James Redneck y la Dra. Sra. Pepein
van Fettreich.”
(Mientras
el auditorio se deshacía en un forzado aplauso, detrás de la Sra. van Fettreich
enrojecía de ira la fiel y entregada sirviente: la Sra. Evelyn Hooker).
Luis Pérez Armiño