La tardo – modernidad, de nuevo, ha denigrado el
refranero popular. En general, todo lo que huele a tradicional se esconde, se
disimula y se arrincona con cierto sentimiento de vergüenza ante lo que son
considerados como conocimientos arcanos, cercanos a la superstición y a la
superchería ignorante. Existe una cierta tendencia a escuchar con desinterés,
incluso con desidia, los consejos, antes sabios y bien considerados, de las
abuelas y de los paisanos y habitantes del campo que con una simple mirada al
horizonte y el desciframiento atento del lenguaje oculto de cigarras y
saltamontes eran capaces de elaborar un concienzudo parte meteorológico para el
resto de la semana. Es por eso que desechamos el refranero popular y lo
consideramos en exceso obvio y no necesariamente digno como para reflexionar
mínimamente sobre el mismo.
A veces escuchamos aquello tan manido y repetido de
“…el hombre es el único animal capaz de
tropezar dos veces con la misma piedra…”. Y por cuestiones de igualdad en
cuanto al género, os aseguro que las mujeres también tropiezan… aunque menos.
De hecho, a nivel historiográfico, los
investigadores suelen utilizar la enumeración ordinal de los hechos que
estudian para clasificarlos de una forma sistemática y coherente. Y curiosamente,
esos hechos suelen coincidir con grandes tragedias y cataclismos que se han
enraizado en la sociedad profundamente como enormes cicatrices. Es el caso de
las llamadas guerras mundiales. La humanidad no sólo se conformó con una
primera, larga, sangrienta y en la que se puso sobre el tablero toda la
brutalidad cruel y deshumanizada de una reciente industrialización puesta al
servicio de la muerte salvaje; tuvo que repetir la experiencia a las pocas
décadas, mediante otra segunda gran conflagración mundial que, prácticamente,
repitió escenarios y protagonistas y que demostró la enorme capacidad de la
masificación de la industria mortuoria y alcanzó tintes apocalípticos.
Podríamos enumerar otros muchos ejemplos de esa terca obstinación humana en
repetir, una y otra vez, tragedias y demás eventos sangrantes.
Y en este contexto, en el modelo occidental
triunfante, industrial y capitalizado, hemos apostado por el caballo perdedor.
Nuestro modelo se sustenta en la repetitiva secuencia cíclica, a modo de una
tediosa montaña rusa, en la que es necesario alternar los periodos de escasez
con los de bonanza. De hecho, son muchos los teóricos del mercado conscientes
de la necesidad de crisis cíclicas en periodos de tiempo progresivamente cada vez más
cortos que acontecen con la mera funcionalidad de airear el mercado y otorgarle
nuevas consistencias, nuevas formas para idénticos fines que perpetúen el
sistema.
En el campo de la ciencia, hablando desde una
perspectiva meramente metodológica, existe un curioso principio que alude a ese
binomio fundamental referido al “ensayo – error”. Ante una determinada
hipótesis, el científico puede proponer determinados ensayos, más o menos
certeros, reproduciendo las condiciones adecuadas a la hipótesis en cuestión,
para tratar de demostrarla. Según este método, tan humano, el trabajo de
investigación consiste en proponer uno tras otro ensayos y ensayos; siempre y
cuando fracasen, es necesario establecer un nuevo ensayo hasta que, por fin,
tras un arduo trabajo, se llegue a un ensayo que no suponga un error sino que nos
acerque al resultado deseado.
La incongruencia de nuestra modernidad está más que
demostrada. Es el momento en que nos deberían explicar por qué se insiste, una
y otra vez, en la repetición de un modelo, de un sistema muy específico, que ha
mostrado su perversidad y su categórico error una y otra vez. Si el sistema no
funciona, si no es viable, si es
perjudicial y pernicioso, ¿por qué insistimos una y otra vez en repetir
cansinamente el mismo error? Para un observador ajeno tiene que ser divertido
ver cómo nos golpeamos la cabeza repetidas veces contra la misma pared.
Luis Pérez Armiño
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