sábado, 22 de diciembre de 2012

La piedra



La tardo – modernidad, de nuevo, ha denigrado el refranero popular. En general, todo lo que huele a tradicional se esconde, se disimula y se arrincona con cierto sentimiento de vergüenza ante lo que son considerados como conocimientos arcanos, cercanos a la superstición y a la superchería ignorante. Existe una cierta tendencia a escuchar con desinterés, incluso con desidia, los consejos, antes sabios y bien considerados, de las abuelas y de los paisanos y habitantes del campo que con una simple mirada al horizonte y el desciframiento atento del lenguaje oculto de cigarras y saltamontes eran capaces de elaborar un concienzudo parte meteorológico para el resto de la semana. Es por eso que desechamos el refranero popular y lo consideramos en exceso obvio y no necesariamente digno como para reflexionar mínimamente sobre el mismo.

A veces escuchamos aquello tan manido y repetido de “…el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra…”. Y por cuestiones de igualdad en cuanto al género, os aseguro que las mujeres también tropiezan… aunque menos.

De hecho, a nivel historiográfico, los investigadores suelen utilizar la enumeración ordinal de los hechos que estudian para clasificarlos de una forma sistemática y coherente. Y curiosamente, esos hechos suelen coincidir con grandes tragedias y cataclismos que se han enraizado en la sociedad profundamente como enormes cicatrices. Es el caso de las llamadas guerras mundiales. La humanidad no sólo se conformó con una primera, larga, sangrienta y en la que se puso sobre el tablero toda la brutalidad cruel y deshumanizada de una reciente industrialización puesta al servicio de la muerte salvaje; tuvo que repetir la experiencia a las pocas décadas, mediante otra segunda gran conflagración mundial que, prácticamente, repitió escenarios y protagonistas y que demostró la enorme capacidad de la masificación de la industria mortuoria y alcanzó tintes apocalípticos. Podríamos enumerar otros muchos ejemplos de esa terca obstinación humana en repetir, una y otra vez, tragedias y demás eventos sangrantes.

Y en este contexto, en el modelo occidental triunfante, industrial y capitalizado, hemos apostado por el caballo perdedor. Nuestro modelo se sustenta en la repetitiva secuencia cíclica, a modo de una tediosa montaña rusa, en la que es necesario alternar los periodos de escasez con los de bonanza. De hecho, son muchos los teóricos del mercado conscientes de la necesidad de crisis cíclicas en periodos de tiempo progresivamente cada vez más cortos que acontecen con la mera funcionalidad de airear el mercado y otorgarle nuevas consistencias, nuevas formas para idénticos fines que perpetúen el sistema.

En el campo de la ciencia, hablando desde una perspectiva meramente metodológica, existe un curioso principio que alude a ese binomio fundamental referido al “ensayo – error”. Ante una determinada hipótesis, el científico puede proponer determinados ensayos, más o menos certeros, reproduciendo las condiciones adecuadas a la hipótesis en cuestión, para tratar de demostrarla. Según este método, tan humano, el trabajo de investigación consiste en proponer uno tras otro ensayos y ensayos; siempre y cuando fracasen, es necesario establecer un nuevo ensayo hasta que, por fin, tras un arduo trabajo, se llegue a un ensayo que no suponga un error sino que nos acerque al resultado deseado.

La incongruencia de nuestra modernidad está más que demostrada. Es el momento en que nos deberían explicar por qué se insiste, una y otra vez, en la repetición de un modelo, de un sistema muy específico, que ha mostrado su perversidad y su categórico error una y otra vez. Si el sistema no funciona, si  no es viable, si es perjudicial y pernicioso, ¿por qué insistimos una y otra vez en repetir cansinamente el mismo error? Para un observador ajeno tiene que ser divertido ver cómo nos golpeamos la cabeza repetidas veces contra la misma pared.


Luis Pérez Armiño 


No hay comentarios:

Publicar un comentario