martes, 25 de diciembre de 2012

El crepúsculo de la aurora



Cuando Nyx abandona el mundo de los muertos, en su insistente y breve ostracismo, se divisa en el horizonte, allá por donde habitan los persas, padres de la felonía, un flamante carro tirado por níveos caballos que desciende desde los confines de la luz. Son guiadas las bestias por una majestuosa dama cuyas rosadas falanges son la llave de las puertas de Oriente a Helios, para que este extienda sus vitales brazos sobre la obra de la Madre Gea. Eos, hija de titanes, grande es tu cometido de espantar la noche anunciando la vida. Necesarias son las lágrimas de felicidad, esencia de las flores, que con cariño viertes. Digna eres de la gracia de anunciar al hombre que puede salir de su refugio; el mundo de los vivos ha retornado.
¡Salud a ti, divina Eos, hija de Hiperión!, que alumbras a todos los seres de la tierra, alejándolos de Hipnos. No les es ajeno a los que te veneran, el infame ardid que el padre Zeus cometió profanando tu felicidad. Apuesto era el bello Titono, tan apuesto como mortal. Te hurtó la conciencia y rogaste por él una vida eterna al Crónida que le concedió con maldad. Poderoso es el Crónida, dueño del rayo y señor del Universo, negándole a Átropos cortar el hilo de Titono; a Geras le ordenó continuar.
Vivieron el idilio por largo tiempo los enamorados, consumando la felicidad. Pero el avance de Cronos se mostraba implacable con el joven Titono. Día a día su cuerpo se hacía torpe y se diluía también su vitalidad. Al final, aquejado de una ancianidad perpetua que castigaba con ruda fuerza su pusilánime cuerpo, rogó a Hades que le librara del castigo y que pusiese a Átropos a trabajar. Postrado en una cuna cual lactante, sin vitalidad para dar paso alguno, esperaba con ansiedad que Hades atendiese a su ruego. No era pródigo en concesiones el señor del inframundo, pero quiso esta vez apiadarse de Titono y le concedió la bendición de la oscuridad. Con la muerte halló la paz y la calma. Quedó reencarnado en cigarra.

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