Hay sentimientos que son incontrolables, uno de ellos es
el amor…
Los dioses son seres caprichosos acostumbrados a
tener todo cuanto ansían. Apolo destacaba
entre el resto de divinidades por su afán seductor. En una de sus
constantes batidas en busca de la belleza femenina, se fijó en Clicia,
una hermosa ninfa del Océano. Clicia, convencida de que la divinidad se
rendiría a sus encantos y que sería capaz de doblegar su corazón, se
entregó en cuerpo y alma al bello
Apolo. Así vivieron una
tórrida historia de amor.
Pasado un tiempo, Apolo volvió a ser llamado por esa
inquietud que le poseía y comenzó un nuevo idilio amoroso con Leucotoe, la hija del rey
de Babilonia. Clicia quedó sumida en un profundo dolor, tan fuerte como el propio
sentimiento que profesaba a la divinidad. Un dolor inconsolable que no supo
superar y la condujo al ostracismo del desierto, mal alimentándose y mal
viviendo.
Pasaba días y noches acostada sobre la arena, sin más
compañía que sus propias lágrimas. Cuando éste salía, Clicia clavaba la mirada
en el sol, como si viera en él reflejado el rostro de Apolo. Sabía que no
volvería a amar a otro ser que no fuese "su dios" y se conformaba con haber sido
amada brevemente por él. Más allá de ese sentimiento no tenía más pasión que ofrecer.
Apolo conmovido por la actitud de la joven la convirtió en girasol, pues es
sabido que esta planta siempre mira en dirección al sol.
Hay
seres que no han nacido para vivir en pareja y que
lejos de amar a una sola persona, se entregan en sucesivas relaciones
atesorando toda la belleza que uno puede imaginar. Estos seres ansían lo
hermoso, lo
sublime y como si de una enfermedad se tratase, buscan nuevas aventuras
poseídos
por un deseo irrefrenable. Apolo era uno de esos seres necesitados de
conquistas que estimulasen su ego. Clicia, una de las víctimas que soñó
con
someter la salvaje naturaleza del dios.
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