martes, 4 de diciembre de 2012

Clicia

Hay sentimientos que son incontrolables, uno de ellos es el amor…

Los dioses son seres caprichosos acostumbrados a tener todo cuanto ansían. Apolo destacaba entre el resto de divinidades por su afán seductor. En una de sus constantes batidas en busca de la belleza femenina, se fijó en Clicia, una hermosa ninfa del Océano. Clicia, convencida de que la divinidad se rendiría a sus encantos y que sería capaz de doblegar su corazón, se entregó en cuerpo y alma al bello Apolo. Así vivieron una tórrida historia de amor.

Pasado un tiempo, Apolo volvió a ser llamado por esa inquietud que le poseía y comenzó un nuevo  idilio amoroso con Leucotoe, la hija del rey de Babilonia. Clicia quedó sumida en un profundo dolor, tan fuerte como el propio sentimiento que profesaba a la divinidad. Un dolor inconsolable que no supo superar y la condujo al ostracismo del desierto, mal alimentándose y mal viviendo.

Pasaba días y noches acostada sobre la arena, sin más compañía que sus propias lágrimas. Cuando éste salía, Clicia clavaba la mirada en el sol, como si viera en él reflejado el rostro de Apolo. Sabía que no volvería a amar a otro ser que no fuese "su dios" y se conformaba con haber sido amada brevemente por él. Más allá de ese sentimiento no tenía más pasión que ofrecer. Apolo conmovido por la actitud de la joven la convirtió en girasol, pues es sabido que esta planta siempre mira en dirección al sol.

Hay seres que no han nacido para vivir en pareja y que lejos de amar a una sola persona, se entregan en sucesivas relaciones atesorando toda la belleza que uno puede imaginar. Estos seres ansían lo hermoso, lo sublime y como si de una enfermedad se tratase, buscan nuevas aventuras poseídos por un deseo irrefrenable. Apolo era uno de esos seres necesitados de conquistas que estimulasen su ego. Clicia, una de las víctimas que soñó con someter la salvaje naturaleza del dios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario