miércoles, 12 de diciembre de 2012

Sobre la duda divina



Era extraña la ocasión en la que los olímpicos compartían velada. Entregados con una creciente habitualidad a sus rutinas, verles a todos reunidos podía ser considerado como todo un acontecimiento. Más común entre los inmortales es que en sus coloquios surgiera la porfía sobre el hombre. No era cosa rara que discutieran entre deidades, de hecho solían hacerlo con excesiva frecuencia, pero el asunto de los humanos creaba un ambiente enrarecido y violento, con posturas encontradas que no dejaban indiferente a nadie. El humano había logrado raptarles protagonismo y autonomía, y se habían convertido en algo cotidiano para la deidad. La dependencia, la fragilidad camuflada en la vanidad, la propia naturaleza humana provocaba una constante atención por parte de los olímpicos, que era evaluada desde las más dispares ópticas. Algunos coincidían en lo absurdo de la existencia del hombre. Otros valoraban la situación desde posturas más conciliadoras, concibiendo al humano como un ser rebelde, pero entrañable. Los menos orbitaban su opinión ente el cariño y el odio influidos por sensaciones efímeras y externas.
No iba a ser esta una ocasión diferente y poco a poco, pero cada vez con mayor frecuencia surgía la palabra humano en el debate, hasta que el vocablo se apoderó de él por completo. La falta de consenso entre las distintas partes sobre la utilidad o necesidad de la raza humana originó la consabida trifulca, en la que se seguía una norma no escrita pero reiterativa; nadie escuchaba a nadie y todos intentaban imponer su criterio. Cada bramido era contestado con otro de igual o mayor intensidad, a lo que añadir sucesivas discusiones cruzadas que acrecentaban el caos y la confusión. La sala se había convertido en un lugar imposible al entendimiento donde el bullicio y la falta de compostura regían despóticamente. Pero como seres orgullosos que eran, estaban poco dispuestos a ceder y habían impuesto la política de alzar la voz sobre el vecino ante cualquier otra circunstancia, aunque esta fuese un irritante estruendo que contrastaba con la nitidez de cada mensaje.      
Se alargó por un tiempo más el enloquecido y poco divino altercado. Paulatinamente se fueron apagando las voces que precedieron a un extraño e inusual silencio, que aprovechó una de las deidades para tomar la palabra. Se dirigió al centro de la sala calmadamente y con aptitud reflexiva para reclamar la atención del resto del auditorio.
-Lo que os apunto será la peana de lo que ha de acontecer en el mundo, mas muchos de vosotros conocéis ya el mensaje que he de transmitiros. No creo que obviemos ninguno de los presentes el mal que acoge al humano, como tampoco desconocemos su naturaleza depredadora. Pero estamos poseídos de una absoluta ignorancia con respecto a las consecuencias de esa perversidad, hasta que límites puede llegar a alcanzar esa maldad. Nuestro despotismo, unido a la firme creencia de que el hombre es un ser ridículo y pusilánime, nos ha colocado la venda en los ojos. No hay rival más débil que el desinformado. Creedme si os digo con toda certeza que este es el escenario sobre el que extenderá sus tentáculos en ese estúpido y enfermizo afán por dominar el universo y no será condescendiente más que a su propia pretensión-.
No pudo por menos evitar que sus palabras provocaran reacciones tan dispares como la incredulidad, la preocupación o simplemente la curiosidad. Alguno llegó a interpretar sus palabras como que el fin de los dioses había llegado a manos del patético humano y pensó que le había poseído la demencia. Pero lo cierto es que ninguno interrumpió a la deidad en su breve receso, esperaban conocer el resto del discurso.
-Cuando todo esto ocurra nosotros seremos responsables de la rapiña injusta, del asesinato, del abuso de poder, de la crueldad, de la prevaricación, de la obcecación, de la necedad, de la simplicidad, de la traición, de la ausencia de redención y no deseo continuar, pues bien conocéis las faltas que arropan al hombre y no es mi intención demorar la intervención más de lo necesario. Solo digo que se tenga en cuenta al ser ridículo y pusilánime, pues es capaz de crecer día a día alimentado por la codicia. Crece a ritmo acelerado y aunque sea abismal el espacio que separa al hombre y la divinidad, no está de más que nos mantengamos expectantes-.
Las palabras del orador no dejaron indiferente a nadie. Hasta los más escépticos se preguntaban si habían sido excesivamente permisivos con el hombre. El menosprecio es una mala cualidad que impide ver los avances del otro y quizás sí habían caído en ese error.
-Aun así no seré yo quien dictamine lo que habrá de hacerse, pues no son peores que nosotros. Es más, me atrevo a decir que la única diferencia reside en la inmortalidad y en los poderes que tenemos y que el hombre ansía sobre todas las cosas. Pero de la misma forma que os he advertido de lo que habrá por llegar, también quiero dejaros por seguro que no tendrán más inmortalidad que la que tú, Hades, les otorgas, ni más poderes que los que les permita destruirse a sí mismos.

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