Quema de
libros en Berlín el 10 de mayo de 1933 US National Archives - Fuente |
Un pueblo
desesperado se convierte en caldo de cultivo más que adecuado para el
surgimiento de todo tipo de teorías que ofrezcan paraísos terrenales y
esperanzas a corto plazo. Un país derrotado sirve de contexto para escenificar
la puesta a punto de un victimismo de difícil justificación pero de
extraordinaria fuerza política. Y la combinación de ambos factores desencadena
peligrosos mecanismos de consecuencias imprevisibles. La Alemania del periodo de
entreguerras, la de la república de Weimar, la del pueblo derrotado y, sobre
todo, vencido, mostró el lado más angustioso de esa comprometida ecuación cuyo
resultado más humano se tradujo en una terrible contienda de escala mundial con
el resultado de millones de muertos y un nuevo orden mundial que debía, en
principio, aprender la lección de la historia y no volver a repetir los errores
del pasado.
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del partido nazi Bundesarchiv, Bild 146-1978-096-03 / CC-BY-SA Fuente |
Se ha
hablado hasta la saciedad sobre la toma del poder en Alemania por parte del
partido
nazi y su
líder, Adolf Hitler. Todos los autores e investigadores, pensadores y críticos,
coinciden en alumbrar pormenorizadamente los factores, en diferentes
combinaciones según los estudios consultados, que facilitaron el ascenso nazi al
poder y su monopolización, eliminando cualquier tipo posible de oposición en
todos los ámbitos posibles de la vida política, social, económica, cultural e
ideológica del país. En una vertiginosa
carrera que
apenas duro unos meses, Hitler fue capaz de pasar de la elección como Canciller
un 30 de enero de 1933
a convertirse en líder y jefe supremo de la Alemania nazi,
en el Führer. Su oratoria incendiara
logró encandilar a toda una nación hasta el paroxismo absoluto que concluiría
con la aniquilación de una Alemania desmembrada entre los vencedores de
la Segunda
Guerra Mundial.
La historia
mal interpretada y empleada como arma se convierte en un elemento pernicioso
dentro de los discursos extremistas y radicales. La Alemania de los años veinte
no fue capaz de disfrutar las bonanzas económicas de la época, lastrada por la
reciente y, sobre todo, humillante derrota ante las tropas aliadas durante
la Primera
Guerra Mundial (1914 – 1918). Había sido vencida en el campo de
batalla. Pero ante todo, había sido avergonzada y deshonrada en el Tratado de
Versalles. Ya no se trataba de las enormes cuantías económicas en calidad de
compensaciones que el Estado alemán debía afrontar ni las pérdidas
territoriales. El altanero imperio germánico había sido derrotado moralmente, y
el eterno enemigo, Francia, ahora se erigía en pretendido dueño de los destinos
de la antes orgullosa Alemania. Un antiguo cabo del ejército alemán, aunque de
origen austriaco, mantendría la llama de una venganza que latía en muchos
alemanes. Sólo debía avivarla mediante el llamamiento a ese antiguo espíritu
germano, tan noble y triunfal. Si era necesario recurrir a sesudas pseudo -
teorías científicas, tergiversar los datos de filósofos y pensadores, se haría
sin lugar a dudas. Y en ese contexto surgió la espectacular y temerosa
escenografía del partido
nazi.
Adolf
Hitler, 1927 Bundesarchiv, Bild 102-13774 / Heinrich Hoffmann / CC-BY-SA Fuente |
No puede
obviarse en todo este devenir la cuestión meramente económica. Alemania sufría los estragos de las
imposiciones económicas exigidas por los vencedores. Y no deja de ser
esclarecedor que durante la bonanza económica que vivió el país a mediados de
los años veinte, el partido nazi y cualquier opción política extremista viese
disminuido su quorum electoral. Sin
embargo, la devastadora crisis del año 1929 se dejó sentir con especial
virulencia en una Alemania ya de por sí ahogada económica y financieramente. Un
paro galopante y la falta de soluciones articuladas por parte de las autoridades
políticas facilitaron la radicalización de las opciones políticas. Fue entonces
cuando el partido
nazi se
erigió en medio de la tempestad como la única alternativa capaz de ofrecer una
recuperación económica rápida y esperanzadora para todos aquellos que sufrieron
de forma directa los embistes del crítico panorama financiero
internacional.
Alemania, a diferencia de otros
vecinos de mayor tradición democrática, es un Estado de larga herencia guerrera
donde lo militar se sublima hasta el punto de convertirse en ideal social máximo
que debe determinar cualquier aspecto de la vida social. El ascenso de Hitler al
poder viene dado de la mano de un presidente anciano y derrotado, el general
Hindenburg, apoyado por gran parte del espectro político alemán: grupos
económicos de enorme poder, extrema derecha, grupos conservadores y muchos otros
que vieron en la uniformidad nazi la única opción posible para recuperar la
grandeza de la nación germana y aria. En la oposición, las disputas entre
comunistas, cada vez más radicalizados, y socialistas, más dispuestos a
participar en el juego electoral, desviaron el centro de atención de las
alternativas de una izquierda demasiado ensimismada en sus disputas internas. En
definitiva, socialistas y comunistas, más atentos a sus controversias, dieron la
espalda a la realidad de lo que sucedía en las calles de las ciudades alemanes
con el resultado ya conocido: la acaparación del poder en manos de Hitler y el
fin en los campos de concentración y en el exilio de los antiguos líderes
progresistas.
Noche de
los Cristales Rotos Fuente |
El 1 de
septiembre de 1939 el ejército alemán cruzaba la frontera polaca. En apenas unos
meses casi toda Europa, ya sea mediante ocupación militar o por la articulación
de un sistema de dictaduras de corte fascista, se encontraba sometida al yugo de
la Alemania nazi. Se iniciaba entonces el principio del fin del horror con un
culmen ni siquiera previsto en los peores vaticinios. Todo comenzó en 1919,
cuando apenas una veintena de militantes se embarcaron en la paranoia ilógica de
la doctrina nazi; el segundo punto de inflexión llegaría en 1933 cuando el país
rindió su destino a los deseos hitlerianos; y el punto final se escribiría en
1945 cuando las tropas soviéticas alzaron la bandera roja sobre el Parlamento
alemán escenificando el ocaso del régimen nazi con la sangre de millones de
personas en todo el mundo.
Luis Pérez Armiño