Habría que recordar aquellos estados que se levantaron
contra la tiranía del rey Jorge de Inglaterra, formando una joven y prometedora
nación. Pero el futuro se vio rápidamente comprometido por las distintas
realidades de estos estados. Por un lado estaban las tierras del norte que
habían iniciado un proceso de industrialización que le llevaría años después a
convertirse en una potencia mundial. Por el otro lado estaban las tierras del
sur que habían basado su economía en la agricultura; sobre todo en la
producción de algodón y tabaco. La mayoría de los plantadores, contra lo que
habitualmente se cree, eran dueños de pequeñas plantaciones, con no más de dos
o tres esclavos; menos del 10% eran grandes terratenientes.
Si analizamos el problema la primera causa del conflicto
que nos encontramos es la esclavitud, pero en realidad el problema es mucho más
complejo. Había una serie de causas sociales, políticas y sobre todo
económicas. Había una clase dirigente en el sur, arcaica y más próxima a la
edad media que al siglo XIX, que anclaba sus ideales en el honor y la tradición
y por supuesto en la defensa de sus intereses. Estos pasaban porque el número
de estados esclavistas fuesen igual en número a los abolicionistas, con el fin
de no perder poder en el Senado y equiparar las fuerzas para la defensa de sus
intereses. Estos intereses consistían en mantener la esclavitud para poder ser
competitivos en el mercado del algodón. Resulta cuanto menos curioso que la
Confederación enarbolara la libertad como su causa.
Analicemos ahora la situación en Norte. La Unión mantenía
una postura ambigua que yo consideraría incluso cínica. Por un lado se promulgaba
el abolicionismo, pero es cierto que al igual que en el sur había estados no
esclavistas, en el norte existía algún estado que permitía la esclavitud. Otra
cuestión que habría que anotar era la creciente preocupación de la población
del norte por la abolición de la esclavitud. Una preocupación que se
fundamentaba en el temor de que los esclavos liberados emigraran al norte en
busca de trabajo y suplantaran a la población blanca aceptando los mismos
trabajos por un salario menor. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el Norte
era racista y si bien se podía pensar en dar la libertad a la población negra,
en ningún momento se planteó la posibilidad de concederles los mismos derechos
que a los blancos. Para que nos entendamos, libres sí, pero ciudadanos de
tercera, por debajo incluso de los que los norteños consideraban “salvajes
aborígenes”.
Todo esto nos lleva a contemplar, bajo mi punto de vista,
la causa principal del conflicto; los intereses económicos. Como ya he citado, el
Norte tenía una incipiente y prometedora actividad industrial, pero todavía no
era lo suficientemente fuerte para competir con las industrias europeas y sobre
todo con la inglesa y francesa; curiosamente los mayores socios comerciales del
Sur. Para proteger la industria, el Norte necesitaba de leyes proteccionistas
que gravaran las mercancías manufacturadas llegadas desde Europa. Algo a lo que
se oponía radicalmente el Sur, que necesitaba de la libertad aduanera para
seguir siendo competitivos en el mercado del algodón. Este conflicto fue el que
erosionó definitivamente las relaciones norte-sur, y empujo a los estados
meridionales a la secesión. El Norte no estaba dispuesto a permitir la
disolución de la unión y más cuando los principales mercados de sus productos
se hallaban en el Sur, pero temían la intervención en el conflicto de los sus socios
comerciales; Reino Unido y Francia principalmente. Fue entonces cuando
hábilmente se esgrimió la consigna de la abolición de la esclavitud pensando
que las potencias europeas nunca se aliarían en favor de un estado con tales
prácticas; y la estrategia funcionó.
El desenlace del conflicto era más que evidente. El Sur
solo tenía posibilidades de ganar el conflicto mediante una guerra corta; y
estuvo a punto de hacerlo en la primera gran batalla, Bull Run, pero la
incertidumbre y la confusión tras la victoria privaron a las tropas
confederadas de la decisión suficiente para marchar hacia Washington, a tan
solo unos kilómetros. Este error se pagaría caro. La situación de la
Confederación era ciertamente dramática. No tenían industria que les
proporcionase armas y materiales necesarios para mantener la contienda ni
oportunidad de conseguir estos materiales en otros mercados; la flota del Norte
había impuesto un severo bloqueo en las costas de su rival. Aun así la
Confederación mantuvo en jaque a la Unión, en parte debido a la genialidad
militar de los generales confederados ayudados por los errores de sus homónimos
del Norte. Pero al final se impuso la lógica, y a partir de Gettysburg, en
julio de 1863, más de dos años después del inicio de las hostilidades, el Norte
tomaba la iniciativa. El orgullo, la tenacidad y la brillantez de su líder, el
general Robert E. Lee, provocaron que la guerra durara dos años más.
Llevemos este caso, con diferencias y similitudes, a la
actual Unión Europea. Encontramos una estructura, a mi forma de interpretar las
cosas, muy similar a lo que pasaba en los EE. UU. a mediados del siglo XIX. Un
zona norte muy desarrollada industrialmente que necesita del sur para vender
sus productos. Un sur agrícola y rural, en el caso de Europa sería más bien una
economía orientada al sector servicios, pero la agricultura puede valer. Aquí
habría que englobar las economías de los países del este que en los últimos
años se han ido adhiriendo a la Unión Europea, con realidades económicas y
sociales disyuntivamente opuestas al caso del sur de Europa, pero con un poder
económico mucho más cercano a los países mediterráneos que a los del norte.
Está también Irlanda, que por su mala gestión económica y política se encuentra
en un contexto afín al sur.
Otra causa destacable reside en un cierto aire de
superioridad, que siempre ha existido, entre la población nórdica y la latina. Desde
el norte-centro de Europa, ya de por sí con graves problemas de inmigración, se
teme una oleada de la hambrienta masa del sur hacía su territorio en busca de
trabajo. Circunstancia que no hace nada de gracia entre la población de estos
países y que fomenta el racismo y la xenofobia. Desde el norte se entiende que
el sur es, o era, un buen mercado para vender sus productos, pero cuando llegan
las dificultades, cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Quizás los estados del norte de Europa sean más proclives
a una unión más fuerte, como un Estado Federal, dónde puedan controlar las
finanzas y economías, y en definitiva los propios gobiernos, de todos los
miembros. En el sur pasa al revés; lo primero de todo es que no deberían
haberse embarcado en este proyecto, pero una vez dentro, la necesidad de estos
países apunta a una confederación de estados, un estado más débil que garantice
la autonomía de estos países, para que no vuelva a ocurrir lo que ha pasado en
los estados rescatados por el avaro FMI; que el pueblo pague los desmanes e
irresponsabilidades de terceros, porque así se exige desde Bruselas o Berlín.
La diferencia más notable radica en el hecho que los
dirigentes del sur de Europa, políticos y grandes empresarios, principalmente
banqueros, han contraído grandes deudas con el norte y han decidido que sea la
población servil quien pague esta deuda en vez de imponerse a Europa. Para que
nos entendamos; las deudas públicas y privadas, estas últimas solamente de
grandes empresas donde existen intereses económicos con las empresas del norte
de Europa, han de ser sufragadas por la población. La mala gestión de políticos
y empresarios, especialmente banqueros, han de pagarla aquellos inocentes que
están sufriendo por otro lado el despotismo de los primeros. Conectándolo con
la Guerra de Secesión americana, la diferencia reside en que la clase dirigente
del sur estadounidense fue la que promovió la secesión; en el caso de Europa
esta clase dirigente acata y apoya las decisiones de los estados del norte, en
cierta manera porque ellos siguen manteniendo su estatus y quien va a pagar la
gravísima deuda que han contraído son los ciudadanos. En este caso quien
debería enarbolar la bandera secesionista con la masa productiva y servil, el
pueblo; salvando las comparaciones horribles, vendría a equipararse con la
población esclava de los EE. UU. Pero esa comparación deja de ser tan horrible
si contextualizamos la realidad de mediados del siglo XIX, con el capitalismo
exacerbado y el neoliberalismo actual.
Los tiempos cambian y el poder evoluciona sus mecanismos
de manipulación y explotación de la población. En realidad, desde el norte de
Europa se ha dejado bien claro el asunto. Posiblemente la canciller Merkel
tenga todos los defectos del mundo, pero tiene una virtud que debemos de
elogiar; su franqueza. No le ha temblado el pulso para decir que los españoles,
un claro ejemplo de estado sureño, tiene que trabajar más, por menos sueldo y
jubilarse más tarde, sin llegar a considerar, porque la importa muy poco, que
cobramos tres veces menos que los alemanes y trabajamos más horas. Tampoco
debemos asustarnos demasiado, porque a los chipriotas les va a quitar directamente
el dinero de sus cuentas y ahorros, para pagar las malas gestiones de la clase
dirigente ¿No es esto una especie de esclavitud?, ¿de sometimiento forzoso de
la voluntad del individuo? No está Alemania promulgando un sistema
protoesclavista, bajo bandera neoliberal, para la población del sur. En este
caso el norte fomenta la esclavitud en alianza con las clases dirigentes del
sur de Europa. Resulta indignante llevar esta comparación a los extremos,
porque el resultado, adaptado a la situación actual, es que la población del
sur de Europa “trabaja como negros”, para que el cacique, “dícese de banqueros,
grandes empresarios, etc.”, pueda seguir manteniendo su postinera vida. Para
que puedan pagar sus deudas al burgués del norte sin notar perjuicio en su
bolsillo. Si el trabajador del sur de Europa no se porta bien o sale protestón
recibirá los latigazos legislativos del capataz del cacique: es decir, el
político. Los esclavos liberados, en este caso forzosamente, otra triste
alegoría, serían aquellos que están en el paro y lo mismo que pasó en la Guerra
de Secesión, a esta gente le era difícil encontrar sustento, por lo que llegó
en ocasiones a soñar con volver a ser esclavo; ahí dejo esto, considérelo el
lector como crea oportuna; pero el norte de Europa ha propiciado, seguramente
sin quererlo, porque solo ansiaban recuperar su dinero, un sistema de
esclavismo moderno que repercute en la población de aquellos países afectados.
Estas apreciaciones que he realizado deben de tomarse
como una referencia y no confundir la realidad; estamos en Europa y que la
Guerra de Secesión americana fue hace 150 años; es decir pongo unas pautas de
similitud que no debería llevar a pensar que las circunstancias en ambos casos
sean exactamente iguales; hay muchas causas anejas pero no exactamente iguales.
Como ejemplo diferenciador podemos tener en cuenta que en América no tienen, ni
tendrán, nada parecido a lo que aquí se llama Alemania. Viendo a Merkel hablar
con tanta ligereza de asuntos que no son de su competencia; en realidad solo
serían de competencia de los estados soberanos, pero visto como están las cosas
cuanto menos quienes tienen que pronunciarse son esos señores que todos pagamos
y nadie conocemos y que sientan sus posaderas en postineros sillones en
Bruselas. Analizando esta actitud de Merkel, uno solo puede pensar que lo que
los alemanes no consiguieron por medio de las armas, lo han conseguido de forma
magistral por medio de la política y la diplomacia. Lo que me lleva a hacerme otra
pregunta; está claro que el resto de países, incluida Francia, están
adormecidos, pero hay un caso en especial que me tiene “mosca”, ¿hasta cuándo
va a seguir en su letargo el Reino Unido?
Epílogo:
Una Europa unida sería un sueño mágico. Un mundo sin
fronteras que permita los intercambios culturales, la interacción de distintos
individuos en un marco de tolerancia y armonía. Pero esta no es la Europa unida
que yo quiero, en un contexto económico de mercado y dinero, y más dinero
¿Habrá llegado el momento de que el esclavo se levante contra el cacique y
lleve a cabo el proceso secesionista? Sinceramente espero que sí. Porque yo soy
un sureño de Europa, que al contrario de lo que pasaba hace 150 años en Estados
Unidos, no lucho por la esclavitud sino en contra, porque: ¡Yo soy esclavo!