martes, 28 de mayo de 2013

Sobre los hijos de la oscuridad



Cuidaos de los seres que están en las sombras; de aquellos que no veis, pues os observan. No obviéis a los entes que pueden producir congoja en el alma y lo harán si así lo desean. No se puede huir de lo inevitable, ni ignorarlo, pues cuando haya de llegar el momento vendrá con más fuerza, golpeando con la ruda arma de la realidad.

Los dueños de la oscuridad, Erebos, señor de las tinieblas, y Nyx, diosa de la noche, fueron incitados por Eros, yaciendo juntos y estableciendo progenie. Concedieron la luminaria a través de Éter y dieron al hombre el día cuando parieron a Hemera. Sin elemento alguno masculino, Nyx engendró a Hipnos, el dios del sueño, que le recuerda al hombre cada noche que un día llegará su hermano Tánatos, el dios de la muerte. Tánatos era sutil y procedía en su cometido, al igual que su hermano Hipnos, suavemente. No siembre habría de ser así, pues Nyx había concebido a las Keres, amantes de la sangre y señoras de la muerte violenta. Insaciables, daban los más horribles e inimaginables finales a aquellos mortales maldecidos por el destino.

Prolíficamente fecunda, Nyx engendra a Moros en cuya mano deja el destino y la condenación; a Eris, que sembrará la discordia, y a Geras, la vejez, que con su acción recordaba al hombre que se acercaba el final. También alumbró a Némesis y la concedió con la vida el don de la justicia retributiva; la venganza, como gustaba a muchos darle nombre. Rápida de acción, castigaba sin piedad a perjuros, infieles, ingratos, orgullosos e inhumanos y a los malvados que escapaban de las garras de Temis.

Pero de todos los seres de la oscuridad eran las Moiras, a ciencia cierta, las más temidas de las hijas de Nyx entre los mortales, pues ellas controlaban el destino. Si bien Moros, su hermano, tenía la potestad, las Moiras eran quienes ejercían el poder. Cloto hilaba el hilo de la vida; Laquesis tejía el destino y Átropos, la más siniestra de todas, elegía el último destino, el que marcaba el fenecer, cortando el hilo de la vida con sus siniestras tijeras. Tal poder tenían que respetadas eran por hombres y deidades.

No estaba la obra de Nyx concluida y faltaba quién alejara la muerte de la vida. Aquel que hubiese de conducir al hombre a su destino final; el último viaje, el más difícil pero necesario. Viejo descarnado y enfurecido, brotó de las entrañas de la noche y se alzó con el remo y el pontón, convertidos en objeto de la miseria humana, para dar paz a los muertos en los reinos de Hades. No era ser piadoso Caronte y a todo aquel, ya sea por no recibir sepultura o por razón dispar que fuese, que intentará embarcar sin moneda, no recibía más que golpe de remo hasta ser apeado, para consumar su desdicha con cien años de destierro en la orilla extraviada. Pasada la centuria accedía el viejo macabro a dar paz a la desdichada alma con el viaje demorado por la falta de plata.

Los vástagos de Nyx parecían surgir para atormentar cruentamente al hombre. No veía el necio humano, adorador de la obcecación, que tales fuerzas eran necesarias para establecer un orden, un equilibrio que permitiera dar paso a nuevas generaciones. Los más longevos debían de irse para dejar paso a los que han de llegar. Este es el ciclo vital de Gea, el ciclo de la vida que alcanza la gloria con la muerte.

Son los olímpicos los que rigen en la faz de la tierra, pero rara es la ocasión en la osan perturbar a las fuerzas de la oscuridad. La noche tiene su misión y ha de ser respetada. Aceptaron el liderazgo de Hades, si bien el prójimo de Zeus debía gobernar el inframundo, jamás incumbiera a su naturaleza transmutar ley alguna. Ni el mismísimo padre, señor del rayo, prócer entre los dioses, podría variar lo establecido. Con tal dispensa Nyx y su progenie ejercían absoluta potestad en aquellos que fuesen sus cometidos y nada habría de variar tal disposición por magno carácter que tuviese el nuevo privilegio.

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