Las
etimologías de las palabras nos muestran los vericuetos de nuestro actual
lenguaje, tan apasionado y fructífero, tan versátil para describir y relatar
cada segundo de nuestra vida. Y en esa pléyade de definiciones, de sinónimos y
antónimos, de caracterizaciones y adjetivaciones, las instituciones regias
decidieron fijar y dar esplendor a la lengua, ente inquieto y en extremo
nervioso, para así limpiar nuestros vocablos y evitar deformaciones,
intencionadas o casuales, que pudiesen llevar a equivoco tan digno idioma como
el español…, o el castellano, dependiendo del momento y de la interpretación
constitucional de turno. Fuera de cualquier consideración sobre el fin último
de academias, reales o no, algo incuestionable es la utilidad de algo como el
diccionario. Un simple vistazo y cualquier duda se disipa con un gesto de
asentimiento auto convencido de conocimientos que creíamos olvidados pero que
resucitan ante la más mínima pista.
Mezquindad
es la cualidad de mezquino. También la acción o cosa mezquina.
Este
es el tipo de definición que nos puede dejar sin respuesta evidente y ante la
cual consideramos lo inapropiado de nuestra búsqueda. Siguiente paso, localizar
el término mezquino/a en el
diccionario. El resultado ya es otro. Amplio pero sumamente conciso. Nos aporta
multitud de definiciones. Hasta seis acepciones posibles de un solo término. La
riqueza del castellano se mide en este tipo de palabras, tremendamente sonoras
y mágicamente visuales. Cuando se emplea mezquino o mezquina parece que nuestra
boca se llena y se libera al soltar improperio tan usual pero revestido de un
cierto halo de cultismo que envuelve de dignidad nuestro insulto dirigido a una
persona equis, un conjunto de las mismas, o una cosa o cosas.
La
Real Academia
tiene a bien hacernos mención al posible origen del vocablo solicitado. Así,
volviendo a la incuestionable rotundez del mezquino o la mezquina, nos cuenta
sentando autoridad que la palabra en cuestión tiene su origen en el árabe
hispano que a su vez lo tomó del árabe clásico; éste, de la misma manera,
consideró útil copiar y adaptar el término del arameo, para finalizar, de una
vez por todas, en un lenguaje de tintes arcaicos e indescifrables como es el
acadio. Todos estos pasos, sin embargo, son innecesarios para maravillarnos con
el significado originario de un mezquino o una mezquina. Se trataba,
simplemente, de un súbdito de palacio. Este dato se revela fundamental para
lograr comprender en toda su intensidad la actual significación de lo mezquino
y de la mezquindad.
Algo huele a podrido en palacio.
Es
una etimología brutalmente visual que nos retrae a seres obtusos, de mirada
intrigante y gesto miserable que se refrotan las manos en un ademán ladino. Los
mezquinos se consideran afortunados por su presencia en fastuosos palacios
construidos sobre pies de barro que encierran la ignominia más absoluta, los
desprecios más aberrantes y las torpezas más crueles e imbéciles. Su gratitud
es infinita cuando su amo les permite dormir a sus pies sobre suelos de arena.
En esos rincones, a la espera de la llamada de su señor, intrigan y maquinan
mil y una venganzas contra todo aquel que pretenda acercarse a sus dueños, a
los que consideran unos y absolutos. Es tal ignorante y ciega su devoción al
amo que olvidaron hace tiempo por donde sale el sol, convirtiendo sus cuerpos
en grotescos maniquíes de apergaminadas y amarillentas pieles.
Sabio
es el diccionario cuando establece entre sus acepciones dos categorías bien
diferenciadas: las primeras, las que todavía encuentran amplio eco en nuestro
día a día, hacen hincapié en todos los aspectos peyorativos y perniciosos del
término, aludiendo a la falta de nobleza, tanto espiritual como material, del
mezquino y de la mezquina; la segunda categoría, aquella en la que se indica el
escaso uso del término de acuerdo a esas acepciones, hace referencia, sin
embargo, al aspecto fatalista y determinado del que se denomina mezquino o
mezquina, tratando de apelar a nuestros más nobles sentimientos buscando en
nosotros la compasión hacia el pobre infeliz. Sin embargo, bien podría
encontrarse otro complejo personaje también calificado como mezquino y que es
capaz de aunar en sí las dos facetas antes referidas: el que es mezquino y a la
vez es consciente de ello. Y esa aceptación de sus poco honorables cualidades
provoca en el sujeto en cuestión un sentimiento atroz de desdicha e infortunio.
¡Mezquinos
de palacio! ¡Uníos!
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