domingo, 19 de mayo de 2013

La cualidad de mezquino



Las etimologías de las palabras nos muestran los vericuetos de nuestro actual lenguaje, tan apasionado y fructífero, tan versátil para describir y relatar cada segundo de nuestra vida. Y en esa pléyade de definiciones, de sinónimos y antónimos, de caracterizaciones y adjetivaciones, las instituciones regias decidieron fijar y dar esplendor a la lengua, ente inquieto y en extremo nervioso, para así limpiar nuestros vocablos y evitar deformaciones, intencionadas o casuales, que pudiesen llevar a equivoco tan digno idioma como el español…, o el castellano, dependiendo del momento y de la interpretación constitucional de turno. Fuera de cualquier consideración sobre el fin último de academias, reales o no, algo incuestionable es la utilidad de algo como el diccionario. Un simple vistazo y cualquier duda se disipa con un gesto de asentimiento auto convencido de conocimientos que creíamos olvidados pero que resucitan ante la más mínima pista.

Mezquindad es la cualidad de mezquino. También la acción o cosa mezquina.

Este es el tipo de definición que nos puede dejar sin respuesta evidente y ante la cual consideramos lo inapropiado de nuestra búsqueda. Siguiente paso, localizar el término mezquino/a en el diccionario. El resultado ya es otro. Amplio pero sumamente conciso. Nos aporta multitud de definiciones. Hasta seis acepciones posibles de un solo término. La riqueza del castellano se mide en este tipo de palabras, tremendamente sonoras y mágicamente visuales. Cuando se emplea mezquino o mezquina parece que nuestra boca se llena y se libera al soltar improperio tan usual pero revestido de un cierto halo de cultismo que envuelve de dignidad nuestro insulto dirigido a una persona equis, un conjunto de las mismas, o una cosa o cosas.

La Real Academia tiene a bien hacernos mención al posible origen del vocablo solicitado. Así, volviendo a la incuestionable rotundez del mezquino o la mezquina, nos cuenta sentando autoridad que la palabra en cuestión tiene su origen en el árabe hispano que a su vez lo tomó del árabe clásico; éste, de la misma manera, consideró útil copiar y adaptar el término del arameo, para finalizar, de una vez por todas, en un lenguaje de tintes arcaicos e indescifrables como es el acadio. Todos estos pasos, sin embargo, son innecesarios para maravillarnos con el significado originario de un mezquino o una mezquina. Se trataba, simplemente, de un súbdito de palacio. Este dato se revela fundamental para lograr comprender en toda su intensidad la actual significación de lo mezquino y de la mezquindad. Algo huele a podrido en palacio.

Es una etimología brutalmente visual que nos retrae a seres obtusos, de mirada intrigante y gesto miserable que se refrotan las manos en un ademán ladino. Los mezquinos se consideran afortunados por su presencia en fastuosos palacios construidos sobre pies de barro que encierran la ignominia más absoluta, los desprecios más aberrantes y las torpezas más crueles e imbéciles. Su gratitud es infinita cuando su amo les permite dormir a sus pies sobre suelos de arena. En esos rincones, a la espera de la llamada de su señor, intrigan y maquinan mil y una venganzas contra todo aquel que pretenda acercarse a sus dueños, a los que consideran unos y absolutos. Es tal ignorante y ciega su devoción al amo que olvidaron hace tiempo por donde sale el sol, convirtiendo sus cuerpos en grotescos maniquíes de apergaminadas y amarillentas pieles.

Sabio es el diccionario cuando establece entre sus acepciones dos categorías bien diferenciadas: las primeras, las que todavía encuentran amplio eco en nuestro día a día, hacen hincapié en todos los aspectos peyorativos y perniciosos del término, aludiendo a la falta de nobleza, tanto espiritual como material, del mezquino y de la mezquina; la segunda categoría, aquella en la que se indica el escaso uso del término de acuerdo a esas acepciones, hace referencia, sin embargo, al aspecto fatalista y determinado del que se denomina mezquino o mezquina, tratando de apelar a nuestros más nobles sentimientos buscando en nosotros la compasión hacia el pobre infeliz. Sin embargo, bien podría encontrarse otro complejo personaje también calificado como mezquino y que es capaz de aunar en sí las dos facetas antes referidas: el que es mezquino y a la vez es consciente de ello. Y esa aceptación de sus poco honorables cualidades provoca en el sujeto en cuestión un sentimiento atroz de desdicha e infortunio. 

¡Mezquinos de palacio! ¡Uníos!

Luis Pérez Armiño

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