El contacto con la naturaleza tiene la
cualidad de relajar a las personas, minimizar los problemas y actuar como
inhibidor, favoreciendo la comunicación y las relaciones. Esto les sucedía a un
joven pupilo y a su maestro que gustaban, cuando la ocasión era propicia, de
pasear por el bosque. Aquel fue día afortunado y maestro y alumno pudieron
disfrutar de los encantos de la madre Gea. Ambos charlaban animadamente de las
particularidades que tiene la vida y sobre esos pequeños detalles, obviados
muchas veces, donde se halla la verdadera felicidad. Maestro y alumno habían
creado una hermosa simbiosis en la que los dos obtenían su particular recompensa,
pero ante todo, una imperecedera amistad había surgido entre ellos.
El alumno con la convicción de que una
amistad ha de sustentarse sobre la confianza, quiso exponer a su mentor una
cuestión que le traía de cabeza. Pensó que contándole su problema obtendría una
doble satisfacción, la de consolidar la amistad con aquel que consideraba amigo
y la de obtener una sabia y siempre bienvenida opinión de alguien que acumulaba
mayores conocimientos y experiencia. Así pues en cuanto vio clara la ocasión
tomó la palabra. Habló de una hermosa joven que había conocido. Una mujer de
grácil porte, inimaginable belleza y adornada con una elegancia y una presencia
capaz de enloquecer al más cuerdo de los mortales.
-Desde el primer día que la vi,
Maestro, algo en mi vida cambió. Por primera vez me invadió un sentimiento
materialista e irrefrenable de querer poseer algo a toda costa. No pudiendo
controlar mis impulsos me dirigí a ella con el primordial objetivo que supiera
de mi existencia. Estudié su itinerario habitual y provocaba “fortuitos”
encuentros para poder cruzar un simple saludo. Era el momento más feliz del
día. Hasta que un día tuve la osadía de solicitarla otro tipo de encuentro, al
que ella se negó educadamente. Cuarteado ese escollo y con la negativa por respuesta
no tenía nada que perder y tomé como rutina cada vez que la veía solicitar su
atención, topándome siempre con su frustrante falta de interés.
El Maestro escuchaba en silencio y de
vez en cuando podía observarse como se le escapaba una pícara sonrisa. No es
que disfrutara de la desdicha del joven, sino más bien le evocaba en la memoria
viejas historias de amor, casi olvidadas, que un día él también vivió. No
resultaba nada fácil hacerse viejo, ni tampoco lo era enfrentarse al recuerdo
de la juventud, a la nostalgia del pasado que tiene sabor agridulce. No era
gratificante rememorar los viejos tiempos que nunca volverán.
A pesar del vínculo contraído con su
maestro, el joven no olvidaba que seguía siendo la persona encargada de su
educación y en ocasiones le costaba proseguir. Dudaba si no estaría exponiendo
su intimidad demasiado, pero había tomado una decisión y estaba decidido a
finalizar su historia.
-Tras las múltiples intentonas fallidas, -prosiguió el joven-, logré cercarla un día, cortándola la posibilidad de huida, y a pesar de su actitud rotundamente negativa, logré forzar una conversación. Sobra decir que en un principio fue más soliloquio que diálogo, pues de su boca no salía sonido alguno y tan solo comunicaba a través del rostro un frustrante tedio. Ante esta situación, sin apenas tiempo y con acuciante necesidad de impresionarla, en la que sospechaba sería mi última oportunidad, la desesperación me condujo a concebir una absurda historia.
En ese momento elevó la mirada y la
dirigió al cielo, evitando toparse con la vista de su mentor. La vergüenza es
el sentimiento que sucede a la mentira, sin embargo mil veces habría de pasar
lo mismo. Hay ocasiones en las que la recompensa que se obtiene al final es más
importante que el mal que se ha podido provocar para llegar a ella, pensó en
ese momento. Co esa idea tomó aire y con un leve tartamudeo reanudó la
historia.
-Después de tanto tiempo observándola
pude percatarme que además de la belleza que la adorna, tiene un cierto apego
al materialismo. Como último recurso a mi derrota, fragüé esta historia. La
comenté que no era de aquí, que venía de lejos. De una tierra que se postraba a
los pies de mis padres, pues prácticamente eran dueños de ella. Imaginé una
inmensa hacienda, con caballos, ganado, esclavos que la sostuvieran y la
transmití ese sueño convertido en pomposas palabras. También la dije que había
llegado a estos parajes con el fin de adquirir conocimientos y aprender a
ganarme la vida por mí mismo. Solo así seré digno de la fortuna, la expliqué.
Fue en este momento cuando empecé a captar su interés y la conversación fluyó.
Se la veía feliz y participaba en la conversación con un alegre interrogatorio
que giraba en torno a la inmensa hacienda de la que ahora soy dueño. En ese
contexto se mantuvo la conversación hasta el momento de la despedida en el que
mostró una sincera intención de volvernos a ver.
El maestro se llevó las manos a la cara
en actitud reflexiva y le dijo: -Pero si tú no eres rico, tarde o temprano se
percatará de ello o… ¿cómo piensas sostener la patraña?
-Espero Maestro que para cuando ella
quiera percatarse del engaño sea demasiado tarde y unidos a los ojos de los
dioses estemos ya-, replicó el muchacho.
-Escucha bien esto que te voy a decir
hijo, pues de ello habrás de sacar una conclusión. -Le contestó el maestro con
voz grave-. Tenía Príamo una hija, Casandra, que obsesionada con poseer dotes
adivinatorias prometió a Apolo casarse con él si se las concedía. Apolo,
obnubilado por la belleza de la joven, accedió a la petición y la otorgó el
privilegio de desentrañar el porvenir y de profetizarlo a cambio de su amor.
Según recibió el don se desdijo de su promesa, pensando egoístamente en que ya
tenía el poder y Apolo, pudiendo tener a la mujer que quisiera, pronto se le
pasaría el capricho hacía ella. Pero lejos de aquella idea que tenía Casandra,
su reacción provocó la furia de la deidad que en justo castigo la permitió que
conservara el don que la había concedido, pero la condenó a que nadie creyera
sus vaticinios. Cuando Casandra anunció la tragedia que sobrevenía sobre Troya,
Héctor, Paris y Príamo, nadie la creyó, la encerraron en una torre, y haciendo
caso omiso a los vaticinios de la joven, Paris y Héctor partieron hacia Grecia
en busca de la fatalidad. Cuando Casandra advirtió del enorme caballo y la
destrucción de la ciudad si este cruzaba las puertas de Troya, nadie la
escuchó. Con Troya destruida y convertida en esclava de Agamenón, vaticinó por
dos veces que si entraban en el palacio de Argos morirían los dos. Ésta fue su
última y más dolorosa predicción.- Concluyó el maestro-. Ten cuidado con la
mentira, pues a ella suele ir unida la tragedia.
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