domingo, 14 de julio de 2013

James Redneck de paseo



–¡Oh, James! – Exclamaban las mujeres extasiadas a tu paso entre placenteros espasmos.

James Redneck ha superado su agorafobia hace apenas unos minutos. El sol ya no supone ningún impedimento. De hecho, la luz sólo es un complemento más, un aspecto escenográfico como otro cualquiera concebido para mayor gloria de nuestro querido James Redneck.

Cuando sus ojillos se acostumbraron a la claridad del día, James fue capaz de trazar un pequeño mapa mental de la situación que se abría ante él. Una calle ancha, de aceras resbaladizas y sucias a más no poder. En el asfalto, dos o tres carriles repletos de vehículos malhumorados perdiéndose a toda velocidad en una curva a su espalda. Un rápido cálculo mental y todo estaba preparado para la cuenta atrás. ¡Diez, nueve, ocho…! James se aferraba a la jamba de la puerta con ferocidad animal… ¡Siete, seis, cinco, cuatro…! Ya tenía su pie derecho firmemente anclado en el suelo público de la acera, ahora sólo quedaba traspasar el umbral con su temblorosa pierna izquierda y exponerse al escrutinio de la opinión pública… Tres, dos, uno y… ¡CERO!

Un estruendo ensordecedor y un profundo dolor en su pequeña y porcina mano. Alguien, desde dentro, un ser desconocido, había propinado un certero golpe en la mano anclada en la puerta. James se vio envuelto por la atmósfera agobiante de un espacio abierto y excesivamente luminoso. Pero no sucedió nada digno de mención. James se miró de arriba abajo toqueteando su rechoncho cuerpo esperando encontrar alguna herida o, al menos, una simple magulladura que sirviese de sello que certificase la valentía audaz de su proeza. Nada, no había absolutamente nada. Sólo su redondo cuerpo expuesto al sol abrasador del mediodía.

El peor paso ya estaba dado. Era como tirarse a una piscina llena de agua gélida el primer día de verano. El rito de paso primigenio y básico se había superado. La calle era suya.

Los primeros pasos mojigatos y temerosos son recuerdo del pasado. Sus zancadas abarcan metros y metros de sofocante acera. Los paisajes se suceden ante el desfile majestuoso de James Redneck. Cada vez más confiado ha abandonado su postura servil para erguirse con porte desafiante ante el resto de los viandantes que tienen que apartarse ante el ímpetu de James. Su rostro muestra la extrema autoconfianza de un ser que se cree triunfador. Su hercúleo físico y su rostro apolíneo se convierten en escenario de una sonrisa autosatisfecha, en cierto punto burlona, del que se sabe admirado. La muchedumbre que puebla la calle se aparta a su paso y le ofrece un merecido pasillo de honor entre aplausos, vítores y ovaciones que dejan entrever las envidias mal disimuladas que levanta el semi - divino James Redneck.

–¡Agggg! – exclaman contrariadas las mujeres mientras que con un gesto maternal pretenden tapar los ojos inocentes de los niños y las niñas. Los hombres se llevan compulsivamente sus manos a la boca tratando de contener las arcadas y los vómitos que finalmente inundan la calle…

Alguien debería haber advertido del peligro a la opinión pública: ¡James Redneck está en la calle!

A cada torpe zancada, más propia de un elefante hastiado, ebrio y propenso a un delirium tremens implacable, la muchedumbre se aparta entre pavorosas convulsiones de fatídico terror. Se suceden los gestos de repugnancia. Nadie quiere ser rozado por James. Su mirada miope se acompasa con su sonrisa bobalicona y su paso arrítmico. Sus brazos se tambalean desacompasados con su absurda marcha. Parecen anodinos gusanos independientes que tratan de zafarse del grasiento torso de James. Los viandantes se funden con las paredes y cierran con fuerza cruel sus ojos dejando vía libre a ese ser informe, mórbido, sudoroso, de aspecto mezquino, que de repente ha creído ser dueño de la calle.

Por fin, con el sol de frente, James se aleja y se pierde en la bruma del calor del mediodía entre el tupido tráfico de la ciudad. Los paseantes respiran tranquilos viendo a la amenaza perderse entre otros pobres inocentes que ahora deberán sufrir su propio martirio. Pero esa ya no es su historia.

Luis Pérez Armiño

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