Existía un muchacho de humilde cuna que
gustaba de expresarse a través del pincel. Sus vecinos disfrutaban, cuando la
faena lo permitía, viéndole la soltura con la que manejaba el pincel. Cariñoso
y entrañable, el muchacho se había ganado el afecto de sus vecinos. Fascinados
con la belleza trasmitida por los lienzos y a pesar del esfuerzo que les suponía
le iban comprando al talentoso muchacho la obra que producía. Con ello todos
felices, los unos disfrutando de la belleza del arte en sus propios hogares, el
otro librándose de labrar las ingratas tierras y viviendo de aquello que más le
gustaba.
El talento del joven pintor se extendía
por los alrededores y teniendo su obra un precio asequible al bolsillo del
plebeyo era extraño el día que alguno de sus vecinos no le encargara un lienzo.
Ante este requerimiento masivo el joven no daba abasto. Había llegado a
acumular una notable lista de espera con tanto encargo y se planteaba la duda
de si iba a poder cumplir, en un periodo de tiempo razonable, con todas las
demandas. Mas a pesar de aquellos inconvenientes nuestro protagonista exultaba
felicidad. Nunca hubiese imaginado que su creatividad causara tal impacto.
Había logrado convertirse en el pintor del pueblo y su arte era reconocido y
admirado por todos los que le rodeaban.
Estando un día en una de las colinas
que circundaban la ciudad, inmortalizando el paraje que le vio nacer, coincidió
a pasar por el lugar un noble caballero. Al observar la magistral soltura con
la que el joven manejaba el pincel se bajó del caballo y sin mediar palabra se
sentó a mirar como el artista daba forma a sus pensamientos. Había oído hablar
de aquel muchacho y su talento y no pudo someter su irrefrenable curiosidad. El
joven, ya de por sí tímido y visiblemente ruborizado, intentó proseguir con su
tarea como si nada pasase, pero lo cierto es que le costaba hallar la concentración
ante tan ilustre espectador.
Cuando el sol comenzó a esconderse en
el horizonte el muchacho empezó a recoger el material. El noble señor había
permanecido en un sacro silencio durante todo ese tiempo. Una vez que el
muchacho dio por terminada la jornada fue cuando se dirigió hacia él y le dijo.
-¿Sabes muchacho que tienes buena mano
para la pintura? Estoy gratamente sorprendido de tus aptitudes.
El joven, poco acostumbrado a recibir
ese tipo de críticas de personas tan influyentes, se mantuvo dubitativo durante
un breve periodo de tiempo en busca de una respuesta apropiada.
-Es realidad señor, mi pintura no es
nada del otro mundo, supongo que habrá centenares de artistas que sepan plasmar
la belleza con mejor criterio que el mío.
-Talentoso y humilde- respondió el
noble con una leve sonrisa dibujada en su rostro. - He de reconocer que hacía
tiempo que no veía un talento como el tuyo. Y dime, ¿dónde aprendiste a pintar
así?
-¿Aprender señor? Nunca he tomado
clases. Simplemente me gustaba pintar y lo hacía. Supongo que de forma
autodidacta y fruto de la experiencia he logrado adquirir ciertos
conocimientos. Pero jamás me hubiera podido permitir tomar lecciones de
pintura. Ese es un lujo que está al alcance de muy pocos.
-Pues estoy francamente sorprendido de
tus habilidades. Al punto de que me gustaría que me retratases-. Contestó el
noble.
-Créame que nada me haría más feliz que
retratar a una personalidad como usted, sería un gran honor-. Contestó el
muchacho visiblemente emocionado. Pero ese primer impulso se difuminó
inmediatamente y un gesto mucho más grave vino a sustituir la primera reacción.
-Sin embargo en estos momentos me es imposible recibirle el encargo, pues tengo
tarea acumulada para unos cuantos meses. Lo lamento mucho señor.
-Sí he oído comentarios sobre ti y lo
popular de tu pintura, cuadros ricos para gente pobre-. Contestó
sarcásticamente el ilustre. -¿No tienes ambiciones? ¿Inquietudes por crecer y
desarrollarte laboralmente?
-Pues claro que sí señor, pero no sería
digno de respeto ni honor si faltase a mis promesas. He de cumplir con mis
compromisos si algún día espero que me tengan por alguien serio.
-Hagamos una cosa-. Contestó su
interlocutor nada dispuesto a llevarse una negativa de aquella conversación.
-Alterna tu trabajo cotidiano con el que te acabo de encargar. Es decir, ven un
par de horas todos los días a mi residencia y me vas haciendo el retrato poco a
poco. El resto del tiempo ocúpalo en terminar tus encargos y así todos felices.
Te aseguro que con lo que te voy a pagar por el encargo no te vas a arrepentir
de haber aceptado mi oferta.
-Siendo así señor, podré hacer el
esfuerzo. No quiero fallar a nadie, pero tampoco quiero negarme esta
posibilidad que usted me brinda. Acepto muy honrado y agradecido su propuesta-.
Contestó el muchacho con la impresión de que un nuevo mundo de posibilidades se
le abría.
-No tenemos pues nada más que decirnos
por hoy-. Le espetó el flamante caballero. –Acude mañana al palacio de Sívaliz
en torno al mediodía y hablamos.
-Allá estaré, Señor-. Contestó el
emocionado pintor que apenas pudo esperar a que se alejara el jinete para
ponerse a dar brincos de alegría.
Aquella fue una noche muy larga. La
emoción se había apoderado del joven pintor relegando a un provisional
destierro al sueño. No existía cansancio tan intenso que pudiese competir con
aquella incontrolable imaginación que le transportaba a un mundo de fama y
gloria. Miraba al futuro y veía reconocimiento, fortuna, respeto y admiración.
Su mente fluía con agilidad pasmosa por un mundo consagrado y elitista que
distaba mucho de la realidad.
Cuando por fin los primeros rayos de
luz asomaron por el horizonte saltó de la cama y se dispuso a preparar con
suficiente antelación todo el material que iba a requerir para cumplir con tan
importante encargo. Revisó y volvió a revisar cada detalle para que todo
estuviera perfecto, y posiblemente hubiese sufrido un capítulo nervioso de
haber tenido el encuentro unas horas más tarde. Al fin se iba acercando la hora
de la gran cita. El tiempo, como suele pasar cuando se le pide presteza, se
había hecho el remolón.
Cuando llegó al palacio de Sívaliz
quedó maravillado por el lujo y ostentación con el que estaba ornamentado. Un
estirado y pomposo sirviente condujo al joven hasta una amplia estancia
profusamente decorada; sentado en una amplia butaca esperaba el señor. El joven
escuchó atentamente las directrices marcadas por su nuevo cliente y sin más
miramiento se puso manos a la obra. Los dos primeros días cumplió con los
horarios fijados, pero a partir del tercer día comenzó a dedicar más tiempo al
noble. Primero fue un rato más, después uno mayor y así hasta consagrar todo su
tiempo al mismo trabajo, descuidando los compromisos adquiridos anteriormente.
No había terminado el retrato y el
noble ya le había encargado otro de su mujer. Cuando el primer encargo estuvo
concluido el noble lo enseñó orgulloso a los amigos; fascinados con la
facilidad y sencillez del joven para captar la esencia y fisionomía humana
quisieron tener el suyo propio. La casualidad había deparado al pintor un
floreciente futuro, pues comenzó una enfermiza manía entre la clase pudiente de
tener un retrato de nuestro joven pintor. Su obra, efecto de la rivalidad entre
señores, comenzó a revalorizarse increíblemente. El muchacho se prestó al juego
vendiéndose al mejor postor. Meses después de haber conocido al noble había
acumulado una sustanciosa fortuna.
La naturaleza humana es sumamente
compleja. Habiendo conseguido todo aquello con lo que siempre soñó, fama y
riqueza, el joven artista no encontraba la felicidad en este nuevo mundo
postinero y superficial. En su interior sentía que le faltaba el cariño y afecto
que antes recibía y que ahora se le negaba. Sí, era un pintor influyente, pero
rodeado de gente egoísta y poco dada a expresar sus emociones. Quizás sea mejor
así, pues los celos y una competitividad enfermiza por demostrar quién era más
rico o quién poseía el mayor tesoro eran los dos valores en alza entre las
clases pudientes. Se sentía vacío y reflexionaba sobre los cambios que se
habían producido en su vida. Antes pintaba a su antojo, ahora solo retrataba
rostros embrutecidos de ego y envidia. Había perdido el contacto con la gente
que realmente le quería; se había trasladado, en cuanto pudo, a un barrio
pudiente. Notaba como su creatividad se difuminaba a pasos agigantados y se iba
convirtiendo en un mero copista. Ansiaba, sin duda, recobrar su libertad, pero
la riqueza tiene un poder atenazador del que es difícil escapar.
Después de mucho tiempo de sofocante
trabajo decidió darse un día libre. Aunque borracho de éxito y condicionado por
su nueva condición económica, en el fondo de su ser vivía aquella persona de
nobles sentimientos. Decidió dedicar su preciado tiempo a visitar a sus
antiguos amigos. Esperaba que, aun a sabiendas de que no les cumplió los
encargos, entendieran su situación; es lícito en el ser humano intentar
prosperar. Al adentrarse en aquellas calles, que tantos recuerdos le traían, se
percató de una realidad bien diferente. Se sentía como un desconocido en un
ambiente cargado y hostil. Aquellos que se deshacían en elogios y le colmaban
de cariños torcían la cara cuando le veían llegar.
La amargura se apropió de su ánimo
fulminando el deseo de volver a ver a aquellos que un día fueron sus vecinos.
Apocado por lo que él consideraba como una actitud desproporcionada e injusta
decidió visitar a su antiguo vecino, el anciano que vivía en la casa contigua a
la que había sido suya. Siempre le había profesado gran cariño considerándole
como su propio hijo. Cuando le abrió la puerta el hombre le puso un rostro
áspero y frio pero no pudo por mucho tiempo mantener esa actitud y se desmoronó;
quería demasiado a aquel muchacho. Le invitó a pasar, enterraron las
divergencias y charlaron como antaño de las cosas de la vida, pasando una
hermosa velada. Pero el muchacho no había olvidado el asunto principal de su
visita; no queriendo estropear el momento decidió dejarlo para el final. Así
pues, cuando la conversación comenzó a decaer miró fijamente al anciano.
-Decidme, pues no llego a comprender,
cuál es la razón de tal inquina por parte de aquellos que consideraba mis
allegados. Aquellos que llamaba amigos y ahora me apartan de su lado con
sórdidas miradas y gestos hirientes.
- Muchacho, debes comprender su
postura, -contestó el anciano. -Tú representabas la belleza en este mundo cruel
y despiadado que les lleva a trabajar de sol a sol para poder mantener a sus
familias. Eras el aire fresco que mitigaba los efectos del sol en época de
cosecha. Te dieron la oportunidad para que no conocieras su desdicha a cambio
de que les enseñaras el rostro de la belleza. Un día desapareciste, privándoles
de aquello que les reconfortaba. Luego se enteraron que trabajabas para
aquellos que les han condenado a esa vida de sufrimiento. Se han sentido
traicionados y ahora eres considerado un mercenario, alguien que se vende por
unas monedas.
-Puedo llegar a entender que estén
molestos, pero… ¿Realmente es para odiarme así?, ¿tal es el mal que he hecho?
No puedo llegar a comprender que sea tan imprescindible en sus vidas hasta el
punto de que mi ausencia provoque esa reacción-. Replicó el muchacho.
-No estás entendiendo nada ¿verdad?
Aquí nunca te faltó lo imprescindible para vivir, pintabas lo que querías, la
gente te estimaba, eras feliz, y lo mejor de todo, hacías felices a muchas
personas. Por lo que me has contado ahora tienes mucho dinero, pero no
dispones de tiempo para disfrutarlo, pintas lo que te ordenan y no eres más
libre que el resto. Dime entonces ¿qué has ganado con el cambio?
-Ahora soy un artista reconocido y
cotizado. Esta gente que tanto detestáis compiten entre sí por tener una obra
mía.
-Decir que no estabas bien remunerado
es un todo un insulto a aquellos que daban el poco dinero que tenían por tener
un cuadro tuyo. Esos clientes que tienes ahora te dan migajas, no hacen ningún
esfuerzo; les sobra el dinero ¡Cual distorsionada tienes la realidad! ¿Hablas
de reconocimiento? Yo te explicaré lo que es eso. No hay mayor reconocimiento
que el esfuerzo que esta gente ha hecho para comprarte un cuadro, considerando
con ello que debías explotar esas cualidades artísticas en lugar de trabajar el
campo. A eso yo le llamo reconocimiento. Pero aquellos que en su día te
aceptaron como el gran artista que eres, ahora te ven como un vendido, alguien
que les ha dado de lado. Es más, joven pintor, no hables de reconocimiento por
parte del rico, para ellos solo eres una moda transitoria.
-¿No es egoísta, cruel e injusto el
juicio que haces? Yo siempre os he llevado en mi corazón a pesar de no estar
físicamente, nunca os he olvidado. Sé que se me ayudó a forjar mi futuro, pero
esa deferencia conmigo no concede el derecho a que me crea en deuda
eternamente-. Respondió exaltado.
-Si buscas alivio a tu dolor de alma en
mal lugar has ido a arribar. No puedo darte sosiego porque creo que estás
equivocado. Tan solo te hablo con el corazón. Tú eres el que debes valorar la
situación y tomar decisiones.
Ese día nuestro joven lloró toda la
noche, pero eran lágrimas de despedida; nunca más regresó al mundo que le vio
nacer y crecer. Fue un pintor de éxito durante mucho tiempo, pero como vaticinó
el viejo, un día dejaron de comprarle cuadros. Murió solo y pobre.