domingo, 9 de septiembre de 2012

La importancia del misionero en el proceso evolutivo

¿Quién no ha visto, al menos oído hablar, de En busca del fuego? Es una gran producción franco – canadiense del año 1981, basada en la novela  de J.H. Rosny y dirigida por Jean – Jacques Annaud, responsable de otros títulos como Enemigo a las puertas (2001), Siete años en el Tíbet (1997), El nombre de la rosa (1986) o El oso (1988). En busca del fuego cuenta además con el papel protagonista de un habitual en mucha de la filmografía de Annaud, el actor norteamericano Ron Perlman, cuya peculiar fisionomía le ha asegurado siempre un papel en los trabajos de Annaud. Es difícil olvidar su interpretación como el pobre, desdichado y deforme Salvatore en El nombre de la rosa mientras su cuerpo se retorcía de dolor sucumbiendo a las llamas purificadoras que trataba de sofocar mediante inútiles e inocentes soplidos. O su sonrisa irónica y dorada en Enemigo a las puertas cuando relata los procedimientos empleados en las cárceles soviéticas de la era Stalin contra los disidentes.


La película que nos trata, En busca del fuego, resultó de un éxito extraordinario en su época, alabada por el despliegue técnico de su director y por la calidad en la ficticia recreación de la salvaje y despiadada época prehistórica. Obtuvo numerosos premios y menciones, entre los que se incluye el Óscar del año 1983 al mejor maquillaje o el Premio César de la Academia del Cine Francés de 1982 al mejor director y mejor película. Sin embargo, la cinta no estuvo exenta de cierta polémica, sobre todo en determinados círculos científicos, debido a la manida cuestión, más que censurable, de los supuestos realismos históricos que lo único que provocaban era el mantenimiento de ideas preconcebidas y erróneas sobre una de las épocas más apasionantes de la historia del hombre (y la mujer) sobre el planeta.

En una reciente reposición del film llegué a una conclusión precipitada y sin fundamento ninguno. En toda esta agria polémica en torno a la veracidad, la cientificidad o la conveniencia del argumento esgrimido en la película, hay un hecho, creo que de especial trascendencia, que me ha parecido altamente revelador e indicativo. De hecho, considero que ha sido obviado intencionadamente tratando de borrar este acontecimiento de todo el proceso evolutivo humano: la importancia de la postura del misionero, claramente asociada al Homo sapiens sapiens, frente otras más indignas, animales en el sentido peyorativo del término y simiescas, practicadas por nuestros lejanos antecesores, véanse los neandertales por ejemplo. Es decir, la postura sexual “de cara” se correspondería con una práctica sexual moderna frente a otras posturas asociadas a estadios pretéritos evolutivos relacionados con nuestro fondo salvaje y más natural, más animal. Igualmente, el fino observador se habrá percatado que el disfrute sexual femenino se asocia con el hombre moderno mientras que el neandertal masculino sólo satisface sus deseos sin ningún tipo de consideración hacia su compañera.

Historiadores ávidos de protagonismo, científicos culturales que vieron su particular momento de gloria y puristas defensores del dogma científico que lanzaron sus dardos críticos y envenenados contra una película. De hecho, quizás no se percataron que se trataba de una película, es decir, de un simple producto de una de las industrias de entretenimiento más importantes del siglo XX. Si deseaban un relato veraz y acertado de la vida del hombre y la mujer durante la prehistoria quizás deberían haberse aventurado a poner en sus casas un dvd con algún documental avalado por las muchas instituciones científicas que otorgan credibilidad a este tipo de reportajes. Sin embargo, En busca del fuego es sólo eso, una película. Es cierto que la imagen transmitida nos remite a una época voraz donde las diferentes especies se encuentran y chocan, guerrean y se consumen los unos a los otros. También es cierto que la idea de salvajismo parece retrotraerse en el tiempo para asociarse a la idea más extendida de estupidez humana. Los protagonistas, neandertales, no se diferencian en sus gestos, sus aspavientos y sus actitudes de las observadas en muchos simios actuales. De hecho, se les confiere un papel imbécil con cierto grado de subdesarrollo que, sin duda, no debería corresponderse con la realidad.

Se trata de una película, sin más, un simple entretenimiento, una frivolidad sin mayor intención que la de ofrecer un alegre esparcimiento. Los más puristas e intransigentes pueden ver en la cinta un sacrilegio y no tardaron en levantar las hogueras en nombre de una cientificidad mal entendida. De nuevo, la realidad cayó sobre una losa sobre un simple producto de ficción cuyo único mal es tratar de servir a la simple delectación.

Luis Pérez Armiño



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