Se decía que
en el imperio de español, en tiempos de Felipe II, nunca se ponía el sol. Fuese
cual fuese la posición del astro siempre iluminaba una porción de tierra
perteneciente a la Corona de española; era temida y respetada por el mundo
entero. Pero fue, curiosamente, un pequeño y hasta ese momento, intrascendente territorio
perteneciente a la propia Corona, el que consiguió que los sólidos pilares
sobre los que descansaba el poderío español comenzarán a temblar. Al igual que
Stalingrado lo había sido para los ejércitos alemanes, los Países Bajos, en
sentido amplio, fue el cementerio del ejército español.
Los países
Bajos pertenecían al ducado de Borgoña y formaba parte de la vasta herencia que
Carlos I recibía de su padre, Felipe I el Hermoso. Al contrario que su hijo
Felipe, Carlos I siempre tuvo un gran apego por Flandes. Había nacido en Gante
y pasó en aquellas tierras su infancia y juventud. En el año 1548 todavía se
refería a los países bajos como su patria. Llevó, en la medida de lo posible,
una política tolerante y respetuosa con las 17 provincias que formaban los
Países Bajos y había otorgado importantes puestos de gobierno a personalidades
flamencas. A pesar del conflicto religioso surgido entre el protestantismo, que
había se había arraigado con fuerza en las provincias del norte, y el
cristianismo, del que era profundamente defensor Carlos I, las relaciones entre
los Países Bajos y la Corona de España se podían considerar como relativamente armoniosas.
La llegada al
trono de Felipe II supuso un cambio radical en la política frente a los Países
Bajos. Felipe había nacido y se había criado en España, por lo que nunca sintió
ni el vínculo de afecto y ni el respeto que movían a su progenitor. Esta
consideración se sumaba a la propia concepción del poder que tenía el monarca
español, centrado en el autoritarismo y a su acérrima defensa de la religión
católica, cuestiones que se enfrentaban drásticamente con el pensamiento de la
población flamenca y que al final resultaron ser insalvables.
Felipe II
tenía una idea muy concebida de cuál debía ser la base de su gobierno y estaba muy
presente en su mente no hacer excepciones con nadie. Esta gestión política era
vista desde los Países Bajos como una amenaza a la libertad. Los flamencos no llegaban
a entender cómo un monarca, que gobernaba desde un lugar remoto, pudiera
atentar tan flagrantemente contra su autonomía y libertad de culto. Los actos
de protesta frente a la política de Felipe II eran frecuentes, hasta que en el
año 1566 los protestantes deciden alzarse contra el poder español, en una
acción que buscaba más el ser escuchados que la propia secesión de la Corona de
España. Reivindicaban una mayor autonomía y la supresión de la Inquisición. El
descomunal abismo que separaba la perspectiva flamenca, de tendencia burguesa,
tolerante y moderna, con el enfoque hierático, tradicional, estamental y, por
qué no decirlo, profundamente medieval, que caracterizaba a España, se hacía
patente en la dificultad que encontraban las dos partes a la hora dialogar y llegar
al entendimiento. Dos concepciones muy distintas de entender el mundo, abocadas
al enfrentamiento. Ante la situación que se planteaba en 1566, Felipe II optó
por desoír al duque de Éboli, partidario del diálogo con los Países Bajos, para
dar luz verde a la rigorosa política de represalia propuesta por el duque de
Alba. Comenzaba así uno de los capítulos más trágicos de la historia de España.
El enfrentamiento con los Países Bajos no solo significó un esfuerzo económico
y humano para el que la Corona española, aun siendo la potencia hegemónica del
momento, no estaba preparada para afrontar. Más allá de eso, fue uno de los
factores determinantes que, junto con la escasa evolución industrial y la
excesiva dependencia de un oro que cada vez llegaba con más dificultad de las
tierras americanas, amén de otras cuestiones, propiciaron el trágico hundimiento
de España en el siglo XVII.
Nombrado
gobernador de los Países Bajos, el duque de Alba movilizó las tropas acantonadas
en Italia y 7.800 hombres fueron trasladados a Bruselas en 1567 para asegurar
el orden. El régimen impuesto por el nuevo gobernador seguía una línea dura, cuyos
mecanismos de actuación eran la represión y el sometimiento. Se instituyó el
Consejo de los Disturbios, rebautizado popularmente como el Tribunal de la
Sangre, en honor a sus hazañas. Más
de 8.000 hombres fueron represaliados, entre ellos notables flamencos que incluso
eran católicos y leales a Felipe II, como el conde de Horn o el conde de
Egmont, este último fue además amigo del propio duque de Alba. El único delito que
habían cometido ambos magnates fue el de transmitir al monarca su malestar por
la intolerancia religiosa y la falta de libertades. No existía el perdón para
el que se opusiera a voluntad regia. Siguiendo la línea de actuación que el
duque de Alba se había marcado, se confiscaron los bienes de aquellos que emigraron
para salvar sus vidas, en torno a unos 100.000, y se alojó a las tropas españolas
en domicilios particulares, alimentando el malestar popular. Desde Madrid se había
dejado clara cuál iba a ser la política a seguir; sometimiento o destrucción. Resulta
anecdótico que, unos 500 años después del conflicto, en Holanda y Bélgica, a
los niños que no se comportan como es debido todavía se les amenace con el
retorno del duque de Alba, en lugar de ser llevados por el hombre del saco.
Por cinco años
se mantuvo el sistema despótico. Hasta que el 1 de abril de 1572, Guillermo de
la Marck se apodera del puerto de Brielle. Esta pauta marcó el comienzo de la rebelión
calvinista en la provincia de Holanda, a la que inmediatamente se unió la
provincia de Zelanda, seguidas por el resto de las provincias del norte. Ante
la incapacidad del duque de Alba de sofocar la revuelta, fue sustituido 1573
por Felipe II. Ante la gravedad de la situación optó por una opción más
dialogante y nombró como gobernador a Luis de Requesens y Zúñiga, uno de los
héroes de Lepanto. Los intentos de pacificar el territorio, por parte del nuevo
gobernador, fueron en vano y en 1576 le sobrevino la muerte sin haber cumplido
con su misión.
La política de
represión y sometimiento mantenida en los Países Bajos había agotado los
recursos económicos de la Corona española. A esto se debía sumar el gasto derivado
de otros conflictos, la creciente disminución del oro llegado de América, que
quedaba en buena parte en manos de los corsarios, y la mentalidad retrógrada de
la sociedad española, que limitaba escandalosamente la capacidad de generar industria
y riqueza. La suma de estos factores provocó en 1575 la bancarrota de la
hacienda. La política hegemónica había sangrado sobremanera a la Corona, pero
en ningún momento se planteó la posibilidad de renunciar a alguno de los
objetivos territoriales.
El periodo
transcurrido entre la muerte de Luis de Requesens y la llegada de su sucesor,
Juan de Austria, se van a producir una serie de sucesos que marcarán
definitivamente el futuro de los Países Bajos y su relación con España. Aprovechando
la inestabilidad reinante, con la ausencia de gobernador y el amotinamiento de
las tropas españolas, que llevaban desde la bancarrota sin cobrar la soldada,
los rebeldes se propusieron tomar la ciudad de Amberes, la más próspera de los
Países Bajos. Pero en contra de lo que esperaban los rebeldes, las tropas
españolas acudieron al auxilio de la ciudad, poniendo en fuga, el 3 de octubre
de 1576, a los rebeldes. Los soldados decidieron cobrarse por si mismos los
honorarios que se les debía y procedieron, durante los 3 días siguientes, al
saqueo de la ciudad, que se llevó a cabo con extrema violencia, contándose las
víctimas por millares y concediéndole a tal acto el nombre de Furia Española. El ensañamiento con una
ciudad leal provocó una gran consternación entre la población flamenca. El 8 de
noviembre se reunieron los Estados Generales, asamblea en la que estaban representados
los tres estamentos de las 17 provincias, dejando de lado las diferencias entre
las provincias del sur, leales a España y católicas, y las del norte, rebeldes
y protestantes, con la intención de ponerse de acuerdo sobre el futuro de los
Países Bajos. En la asamblea se alcanzaron a una serie de compromisos, que
pasarían a la posteridad bajo el nombre de la Pacificación de Gante. Entre los
compromisos se exigía a España la retirada de las tropas, concesión de poder
legislativo para los Estados Generales, amnistía para los rebeldes,
confirmación de los privilegios de Iglesia y nobleza y nombramiento de
Guillermo de Orange como jefe del Gobierno y en paridad de condiciones con el representante
designado por la Corona. El nuevo gobernador, Juan de Austria, otro héroe de
Lepanto, se vio obligado en 1577 a aceptar las condiciones.
En 1578
la discordia vuelve a hacer acto de presencia. Los Estados Generales redactaron
un documento en el que se establecía las bases para la normalización religiosa.
Dicho documento establecía la libertad individual de conciencia, el ejercicio
privado del culto y donde hubiese más de cien familias, también se concedía públicamente
esa potestad. Como reacción al documento se produce la ruptura de los Estados
Generales con el gobernador, Juan de Austria, que moriría ese mismo año. Esta
ruptura también se materializó entre los estados del norte, que formarían la
Unión de Utrech y los del sur, que se constituirían en la Unión de Arras. Estas
demarcaciones serán la base territorial de los actuales estados de Holanda y
Bélgica. En el año 1581 la Unión de Utrech declara formalmente depuesto a Felipe
II. El nuevo gobernador, Alejandro de Farnesio, consigue retener bajo la Corona
los territorios del sur. Las provincias del norte jamás volverían a formar
parte de los territorios españoles, aun a pesar de que la Corona nunca
renunciaría a recuperarlos.
La nueva
nación independiente, Holanda, se convertirá en una pesada losa, que poco a
poco irá aplastando al reino de español. Participaron, siempre que fue posible, en
las hostilidades que se llevaron a cabo contra España; por citar un ejemplo: fueron
determinantes en el desastre de la Armada
Invencible, bloqueando los puertos y evitando el refugio y abastecimiento
de las naves españolas.
La guerra
sobrevivió a Felipe II que murió en 1598 y la tregua no llegaría hasta el año
1609. Décadas después volverían a reiniciarse las hostilidades en la llamada Guerra de los Treinta Años, donde España
perderá definitivamente su condición de potencia hegemónica. Para aquellos que
estén interesados pueden leer el final de la historia en este enlace:
Paradójicamente
lo que asfixiaba económicamente a España, su enfrentamiento con los Países
Bajos, a estos últimos les estaba suponiendo cuantiosos réditos. La guerra incentivó espectacularmente el comercio, sobre todo de ultramar, y la construcción de naves, llegando a
poseer una flota compuesta por 11.000 barcos y 160.000 marinos. Décadas después
el resto de potencias, sobre todo el Reino Unido, se encargarían de anular este
poderío. Pero esa es otra historia…