Sin
querer entrar a profundizar sobre una cuestión tan complicada y discutida como
la del género, por temor a las susceptibilidades que puede provocar la simple
mención del término, durante las semanas pasadas se llegó a un descubrimiento
arqueológico y paleoantropológico de calado fundamental dentro de todo el
proceso evolutivo de la especie humana y de enorme repercusión mediática, algo
que resulta todavía más sorprendente dadas las últimas preferencias de los consejos
editoriales de los grandes medios de comunicación. La cuestión, en definitiva,
sin dejarnos llevar por la emoción o la perplejidad ante el hallazgo es la
siguiente: los neandertales se decoraban con plumas. De hecho, en algún titular
(en concreto el redactado para El
Mundo en su edición digital del 17 de septiembre de 2012), aunque con
cierto entrecomillado, se afirmaba sin miramientos que la intención de dicha
práctica era la de “ponerse guapos”. De nuevo, el CSIC había sabido captar con
sabia precisión la atención informativa ante un hecho, en principio, estúpido
(¿A quién le interesa que los neandertales se sientan más guapos vistiéndose
con plumas?)
Antes
de seguir el comentario en torno al descubrimiento del siglo hemos de
establecer unas precisiones. No quiero que nadie confunda sexo con género. Este
texto es estrictamente sobre género.
Así que invito a que abandone la lectura tan pronto como pueda quién busque
deliberadamente sexo en mis palabras.
El sexo es una atribución fisiológica
que nos permite distinguir al menos a machos de hembras sin obviar otras
posibilidades que pueden darse. Por su parte, la sexualidad es el uso que
hacemos del sexo. Por último, el género,
término estrictamente cultural, hace referencia a las implicaciones sociales
derivadas tanto del sexo como de la sexualidad y es a lo que vamos a
referirnos aún a sabiendas de la importante pérdida de público y lectores en
este mismo instante.
Son
varios los puntos que podría destacar en torno a la noticia a la que he hecho
referencia más arriba sobre la pluma de los neandertales. En primer lugar, esa
insistencia de la sociedad occidental de asemejar el adorno corporal con el
género femenino cuando una simple comparación multicultural demuestra bien a
las claras que esa manía casi enfermiza por la decoración y el adorno corporal
es una atribución muy masculina. De hecho, sólo hace falta mirar a nuestros
gloriosos y valerosos ejércitos engalanados hasta lo irrisorio, llenos de
corchetes, galones y medallas, todas muy doradas y muy llamativas. Los mejores
uniformes se recargan de plumas de vivos colores y formas exquisitas destinadas
a realzar el talle de nuestros aguerridos soldados y guerreros. Eso sin hacer
referencia a las numerosas documentaciones visuales tomadas por antropólogos y
etnógrafos. Enseguida se nos viene a la mente a esos indígenas recargados y
llenos de plumas y estridentes tocados, totalmente incómodos y difíciles, más
aptos para la pura ostentación que para cualquier otra actividad que implique
un mínimo de movimientos.
Primera
conclusión desmontadora de algunos de nuestros principales mitos: la decoración y el adorno es algo
masculino.
Otro
aspecto a destacar son las plumas empleadas. O más bien, el animal que era
propietario de esa pluma antes de ser abatido por el neandertal deseoso de
mejorar su imagen. Según el estudio, entre las plumas usadas predominan las de
pájaros como el quebrantahuesos, el milano real o el buitre leonado. No se hace
referencia en el estudio a cuestiones estilísticas. Sin embargo, yo voy a
insistir en una idea. Evidentemente, el plumaje de estas especies destaca por
sus tonos predominantemente oscuros. Esto nos habla de la elegancia intrínseca
en el gusto neandertal porque todos sabemos que los tonos elegantes y que
estilizan la figura son los oscuros. El neandertal, consciente de su robusto
esqueleto, empleaba plumajes negros para atenuar su rotunda figura.
Segunda
conclusión estilística respecto a la universalidad e intemporalidad de las
tendencias en moda:
de nuevo la ciencia nos habla de la “humanidad” del neandertal. No sólo cabe la
posibilidad de que fuese el autor material del arte rupestre, sino que encima
nos demuestra su gusto a la hora de combinar los colores y hacer uso de ellos.
En
definitiva, gloria y loor a la ciencia española.
Luis Pérez Armiño