En el proceso de transformación radical del arte, en la materia escultórica, la figura de Chillida,
junto a
otros artistas tanto del panorama nacional como internacional,
se convierte en protagonista indiscutible de la segunda mitad del siglo
XX. Fue el escultor de todas las materias, de todas las técnicas,
experimentador absoluto que siempre trataba de ahondar en aquellos
ámbitos que desconocía obviando los que ya le resultaban sabidos y, por
lo tanto, sin la consistencia necesaria para merecer replanteamientos o
nuevas revisiones. Su obra transformó de forma indiscutible en una
marcha sin retorno la escultura contemporánea, partiendo de las bases
más clásicas hasta llegar a la esencia misma de la técnica como método
tridimensional de apropiación de vacío y del espacio, elementos estos
indispensables e indisolubles en su producción. Tras diez años desde su
desaparición, su legado navega entre los vaivenes de las crisis
financieras y los despropósitos administrativos y burocráticos.
El Peine del Viento, de Chillida (1977), en San Sebastián Fotografía: erwin brevis - Fuente |
Museo Chillida Leku, Hernani, Guipúzcoa Fotografía: Torpe - Fuente |
Una de las principales notas que pueden definir la obra de Chillida
es su apropiación del espacio como materia prima a manipular formando
parte intrínseca del complejo escultórico. Esta forma de proceder, de
acuerdo con Valeriano Bozal,
repercute de manera total en la concepción de la obra por parte del
espectador, de tal suerte que la escultura no se plantea para ser vista
sino para estar en ella. El espacio se ve transformado por su misma
presencia convirtiéndose en el “espacio de la escultura”.
Aspecto fundamental considerando la enorme importancia que el entorno
tiene para el artista donostiarra, siempre atento a la integración
perfecta de los elementos fundamentales que componen la escultura: la
obra, su espacio y su entorno. En todo ese complejo, tan innovador y
radical, su inspiración parte de unos orígenes que beben directamente de
la tradición vasca. Chillida era un apasionado de su tierra pero entendiendo siempre la necesidad imperiosa de la universalidad como fin supremo.
Un
breve repaso a la biografía de Chillida (1924 – 2002) nos refiere una
carrera de frustraciones puntuales pero significativas. Los comienzos
deportivos, como guardameta de la Real Sociedad,
se truncaron por una desafortunada lesión de rodilla que apartó a
Chillida del campo de juego y le llevó a estudiar arquitectura en
Madrid. En 1947 abandona sus estudios y dibuja en el Círculo de Bellas
Artes madrileño hasta que, al año siguiente, se traslada a París donde
comienza su producción escultórica.
Museo Chillida Leku, Hernani, Guipúzcoa Fotografía: Jonny Hunter - Fuente |
A
partir de ese momento, su producción rebasa todas las formas y
figuraciones posibles y ahonda en la materia misma, inspirándose en las
propias formas y en la tradición de su tierra, para obtener piezas en
las que el dominio del vacío y de la escala es fundamental y que le
valdrían una carrera llena de reconocimientos y galardones. Chillida,
con clara vocación pública, no concebía su obra para forma parte del
reducido círculo de obras de arte atesoradas por cualquier
coleccionista. Pretendía desvincular sus esculturas
de ese aspecto elitista que suele acompañar a la creación estética
prefiriendo abogar por el carácter público de su estatuaria, de grandes
dimensiones y de gran monumentalidad, presente en muchas de las
principales capitales de todo el mundo.
Sin
embargo, si aquellas frustraciones inician una feliz y reveladora
carrera artística, el final de su vida se encontró de lleno con dos
proyectos malogrados. Su museo, el Chillida Leku de Hernani, abierto a
finales de septiembre de 2000. Tras más de ochocientos mil visitantes,
el museo cerraba sus puertas al público en enero de 2011. Según el hijo
del escultor, Luis Chillida, el cierre se debe al “déficit recurrente que padece este museo que se ha visto agravada por la crisis económica” (El País,
edición digital del 1 de diciembre de 2010). Su otro encontronazo, este
en vida, vendría de la mano de su faraónico proyecto de la montaña de
Tindaya, en la isla de Fuerteventura. Chillida había planteado un
grandilocuente homenaje a Jorge Guillén mediante la apertura en el
interior de esta montaña de un cubo de cincuenta por cincuenta metros
que debería convertirse en homenaje a la tolerancia y a la igualdad. Él
mismo declararía en una entrevista a La Revista de El Mundo, “…un
gran espacio donde nos sintamos más pequeños de lo que nos creemos y
más iguales los unos a los otros, un lugar de tolerancia maravilloso”.
De nuevo, la crisis, los políticos, la administración, reticencias
ecologistas, la burocracia… todo en contra de un proyecto hoy en día
olvidado en algún cajón. El genio ahogado por la inoperancia del necio e
incompetente de turno.
Luis Pérez Armiño