Paseaba un joven pupilo con su maestro por el bosque. Ambos
charlaban animadamente de las particularidades que tiene la vida y sobre esos
pequeños detalles, obviados muchas veces, donde se halla la verdadera felicidad.
Maestro y alumno habían creado una hermosa simbiosis en la que los dos obtenían
su particular recompensa, pero ante todo, una imperecedera amistad había
surgido entre ellos.
El alumno con la convicción de que una amistad ha de
sustentarse sobre la confianza, expuso al mentor sus inquietudes. Le habló de
una hermosa joven que había conocido de grácil porte, inimaginable belleza y
adornada con una elegancia y una presencia capaz de enloquecer al más cuerdo de
los mortales. El maestro escuchaba en silencio y de vez en cuando podía
observarse como se le escapaba una pícara sonrisa. Siguió comentándole el discípulo
que por varias veces había solicitado a la muchacha su atención, pero siempre
se había topado con una frustrante falta de interés.
A pesar del vínculo contraído con su maestro, el joven no
olvidaba que seguía siendo la persona encargada de su educación y en ocasiones
le costaba proseguir, pero estaba decidido a finalizar su historia.
-Tras las múltiples intentonas fallidas, logré cercarla un
día y sin posibilidad de huida por su parte, conseguí forzar la
conversación. Más soliloquio que diálogo, pues de su boca no salía sonido
alguno y tan solo comunicaba a través del rostro un frustrante tedio. Llevado
por la desesperación, fui inventándome una absurda historia con la intención de
impresionarla.- Miró al maestro un tanto avergonzado y con un leve tartamudeo prosiguió-.
La comenté que no era de aquí, que venía de lejos y que mis padres eran increíblemente
ricos. Había llegado a estos parajes para aprender a ganarme la vida por mi
solo, pero que en casa me esperaba una gran fortuna. Fue en este momento cuando
empecé a captar su interés y la conversación fluyó. Al final, me mostró su
intención de seguir viéndonos de forma periódica.
El maestro se llevó las manos a la cara en actitud reflexiva
y le dijo: -Pero si tú no eres rico, tarde o temprano se percatará de ello
¿Cómo piensas sostener la patraña?
-Para cuando ella se entere -replicó el muchacho- espero que ya estemos unidos.
-Escucha bien esto que te voy a decir hijo, pues de ello habrás
de sacar una conclusión. -Le contestó el maestro con voz grave-. Tenía Príamo
una hija, Casandra, que obsesionada con poseer dotes adivinatorias, prometió a
Apolo casarse con él si se las concedía. Apolo accedió y la alumbró con el
privilegio de desentrañar el porvenir y de profetizarlo, a cambio de su amor.
Según recibió el don, se desdijo de su promesa, provocando la furia de la
deidad que en justo castigo la condenó a que nadie creyera sus vaticinios. Así,
cuando Casandra anunció la tragedia que sobrevenía sobre Troya, Héctor, Paris y Príamo,
nadie la creyó y la encerraron en una torre. Paris y Héctor partieron hacia Grecia en busca de la fatalidad. Ante la insistencia de la joven de
que no se introdujese el caballo dentro de las murallas de Troya, nadie la
escuchó. Con Troya destruida y convertida en esclava de Agamenón, vaticinó por
dos veces que si entraban en el palacio de Argos morirían los dos. Ésta fue su
última y más dolorosa predicción.- Concluyó el maestro-. Ten cuidado con la
mentira, pues con ella suele ir unida la tragedia.